Capítulo 11

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Aurora

Miré a mi alrededor, mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad y pude ver, más o menos, cómo era la celda. No tenía más que una gran tabla de madera sujeta a la pared mediante dos cadenas y una pequeña ventana de barrotes situada cerca del techo. Aún no me creía que estuviera allí, présa.
No sabía qué hacer, sólo podía derramar lágrimas y aún así sabía que por mucho que llorase no iba a cambiar nada. Y la imágen de Gonzalo besándome regrasaba a mi cabeza una y otra vez, cada vez que lo hacía se formaba un nudo molesto en mi garganta. No me podía creer cómo en un momento había llegado a creer que alguien que me había raptado me iba a ayudar.

¿Cómo pude ser tan ingenua?

De pronto el ruído de unos pasos que se dirigían hacia mí me hizo encogerme temerosa. Cuanto más se acercaba esa sombra más me encogía. De pronto descubrí que era Gonzalo. Abrió la celda y sonriendo me tendió la mano.

- Vamos, tienes que salir de aquí. Tienes una familia esperándote.

En ese instante no sabía si abrazarlo y llorar de la alegría o estamparlo contra la pared. Acepté su mano y en un momento estábamos caminando en silencio por los pasillos a oscuras.
Al salir por una puerta que había detrás del castillo me encontré a Miles junto con el carro donde me habían traído. Antes de subir Miles miró a Gonzalo seriamente.

- Me debes una. Y muy gorda.

Gonzalo le sonrió y se subió al carro después de mí.
Dejó que Miles se encargara del caballo y se sentó a mi lado, en el mismo lugar donde me habían traído la primera vez.

- Creo que me debes una explicación - alcé las cejas y me crucé de brazos.

***

Surliz

El rey me llamó con un grito, como siempre. Me sobresalté y me dirigí corriendo a la sala del trono.

El día menos pensado me suicido.

Entré e hice una reverencia.

- ¿Ocurre algo, alteza?

- ¿Crees que deberíamos llevarle algo para comer a la princesa?

- No creo que comiera mucho estes días.

- Bien, pues llévale algo.

- ¿Yo?

- ¡Hombre! ¡No pretenderás que se la lleve yo! Las ratas que pueden estar correteando por ahí abajo... - Se estremeció - ¡Ni de broma!

Suspiré y me dirigí a la cocina a coger algo para darle a la présa.

(...)

Bajé las escaleras que llevaban a las celdas y me estremecí al ver una rata. Comencé a caminar por los pasillos oscuros con la bandeja de comida en las manos, y me extrañé de no ver a ningún soldado además de que todas las antorchas estaban apagadas. A tientas, fui desplazándome poco a poco hasta que tropecé con algo y caí de narices al suelo. La bandeja cayó y provocó un estrepitoso ruído que hizo que me tapase los oídos. Alcé la cabeza y vi una tenue luz a unos pasos de mí. Al levantarme comencé a caminar lentamente, para asegurarme de que no tropezaba con nada más, hacia el lugar de donde procedía aquella luz. Descubrí que me había equivocado de camino y había ido por el que llevaba a la puerta trasera del castillo. Al abrirla del todo la luz de la luna alumbró todo el pasillo. Y al girarme pude ver con qué me había tropezado hacía tan solo un instante, el cuerpo de un soldado muerto yacía junto con los demás soldados que vigilaban las celdas.

- Por la Diosa... - susurré.

¿¡Cómo y cuándo ha pasado esto!?

A tientas de nuevo, crucé y caminé los pasillos para encontrar las escaleras que llevaban al castillo. Detuve mis pasos en cuanto vi la puerta de una celda abierta y me sobresalté en cuanto comprobé que esa celda estaba vacía. Esa tenía que ser donde estaba la princesa pero...

Ella no pudo escapar sola.

Continué vagando por los pasillos rodeados de celdas hasta que por fin, encontré las escaleras. Las subí rápidamente y me dirigí a la sala del trono a avisar al rey. Entré e hice una reverencia.

- Majestad.

- ¿Qué quieres? ¿No ves que estoy comiendo? No me molestes - dijo masticando un trozo de pan.

- Pero... Majestad, es muy urgente.

Suspiró y dejó a un lado la bandeja de comida.

- A ver...

- La princesa ha desaparecido...

- ¿¡Qué!? ¿¡Cómo!? ¿¡Cuándo!?

- No sé cuándo ha ocurrido... Lo único que me encontré fue los pasillos a oscuras, los soldados muertos y la puerta de una celda abierto.

- ¡No puede ser! ¡¿Y por qué no me has avisado antes!?

- Señor, yo...

¿¡Cómo iba a avisar antes si lo acabo de descubrir ahora!?

- ¡Calla y manda a todos los soldados a buscarla! No puede andar muy lejos...

- Sí, Alteza... - Respiré hondo, hice una reverencia y me fui a cumplir la orden.

Avisé al general de lo ocurrido directamente, para que se encargase él de todo, además de ahorrarme el trabajo de avisar los soldados uno por uno. Sería una estupidez. Finalmente decidí tomarme un merecido descanso.

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