Capitulo 7

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LOS POBRES OSNER

Transcurrieron los meses y el otoño dejaba va paso a los vientos de enero. Se acercaba el fin de noviembre. Lady Stanville comenzaba a pensar en la tradicional comida de Navidad, en la que reuníanse las más importantes personalidades de Breenwich. Aquella comida de gran aparato constituía una de las más vivas satisfacciones de su orgullo. La maciza y soberbia vajilla de plata, el precioso servicio de Sajonia, la mantelería admirablemente tejida, todo esto venía a ser la prueba tangible de una opulencia raras veces mostrada, pero que era el motivo de la alta situación ocupada por los Stanville en todo el país. Y esta satisfacción de lady Lorenza se exaltaba al ver a su hijo, su ídolo, el solo afecto de su corazón, rodeado de homenajes, de consideración, dominando a todo el mundo por su alta inteligencia y por su voluntad, que nada hacía vacilar.

Pero aquel año, la alegría vanidosa que ponía en aquellos preparativos todavía lejanos de aquella recepción,no llegaban a hacerle olvidar la sorda inquietud que cada día con más fuerza se apoderaba de ella.

Su hijo seguía tratando a Liliana con una indulgencia incomprensible. Más de una vez vió a la joven salir en momentos en que debía hallarse en el despacho. Sabía también, por algunas palabras cruzadas entre el tutor y la pupila en la mesa, que Hugo prestaba a Liliana libros y revistas literarias. Pero el indicio que hacíase más significativo ante lady Lorenza era el cambio que en el arreglo de su hijo notaba desde hacía algunos meses ; él, que hasta entonces se había contentado con vestir correctamente, incluso con cierta severidad, introducía ahora en sus trajes y en su porte una nota de sobria elegancia. El «sastre de los abuelos», como decía Joe, había sido reemplazado por uno de los mejores sastres de Londres. Además, Hugo no se cortaba ya completamente el cabello ; y aparecía peinado sin afectación, en forma que atenuaba la dureza de la fisonomía y la rejuvenecía. Así, lord Stanville, que ya antes dejaba de pasar desapercibido, se convertía en un hombre muy elegante, como escribía Roseta a su sobrino. Más aun, habían otros pequeños detalles... sobre todo este que se había producido recientemente : Liliana, cuyo reloj no marchaba muy bien, llegó una noche con algunos minutos de retraso para la cena. Al ir a excusarse, Hugo, que tan exigente era en asuntos de exactitud, en los que daba siempre el ejemplo, sonrió - si, sonrió - y dijo :

- Esto no tiene importancia. No tengas prisa; tenemos tiempo de sobras.

Lady Lorenza, aun tratando de rechazar la evidencia, veía que cada día más y más ésta se imponía. Pero se hallaba completamente reducida a la impotencia, porque no tenía la menor posibilidad de influir en su hijo.

Una tarde recibió la visita de una de sus más íntimas amigas, la señora Haig, esposa del principal banquero de Breenwich y reina de las malas lenguas del país.

Era una mujer gorda y rubia de unos cincuenta años, que hacíase la joven, y que adulaba extraordinariamente a Iady Stanville, lo que explica el favor que hallaba junto a ella. Aquel día, tras de haber dado algunos rodeos al asunto, acabó por preguntar:

-¿Su primita de usted, la señorita de Sourzy, sigue empleada en el despacho de lord Stanville?

-Ya lo creo !

- ¡ Ah !

Y, tras aquella exclamación llena de suspicacia, añadió, con una falsa sonrisa:

-La encontré ayer. Realmente cada día está más hermosa. Pero por fortuna vive en un ambiente de seriedad y bajo la vigilancia de un tutor que es la misma perfección.

Lady Lorenza contestó secamente:

- En efecto, mi hijo no es de esos hombres que se dejan embaucar por unos hermosos ojos y por unos modales de coqueta.

La casa de los RuiseñoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora