LA NUEVA VIDA
Liliana, empezó al siguiente día el aprendizaje de su nuevo trabajo, bajo la dirección de la señora Osner, una mujer de cabellos grises, de espalda encorvada y de rostro flaco y fatigado. Su marido y ella ocupaban desde hacía veinte años el cargo de contables. Sólo ellos hubieran podido decir la cantidad de trabajo y paciente sumisión que habían exigido, a aquellos laboriosos empleados, lord Stanville primero, y sobre todo su hijo después. Tras de haber criado y educado seis hijos, en el momento en que pensaban poder efectuar algunas economías para la vejez, tuvieron que hacerse cargo de dos niños huérfanos que les fueron confiados. Así, la hora de retiro había sido aplazada por tiempo indefinido. Pero los pobres, sin lamentarse, continuaban su concienzudo trabajo, temblando siempre por satisfacer al dueño duro y altivo de quien dependía su existencia.
La señora Osner parecía una excelente persona, discreta y taciturna, al igual que su marido. Las largas horas pasadas entre los muros de aquel despacho, parecían haber marcado en su rostro una indeleble huella de tristeza,Liliana, al pensar en lo que le habían dicho acerca de la despiadada disciplina que mantenían obreros y empleados de toda categoría, se decía con pena : « ¿También yo me volveré como ellos dentro de algún tiempo?»Generalmente, cuando lord Stanville necesitaba hablar con alguno de sus contables, le hacía acudir a su despacho. Pero al tercer día de hallarse Liliana instalada entre ellos, Hugo entro, dio una breve instrucción a Osner y salio sin haber dirigido la palabra a su pupila, pero después de haber envuelto en una larga mirada la rubia cabeza inclinada sobre un registro.
Durante las comidas le dirigía ahora alguna frase. No sentía ya Liliana la sensación de no existir para el; pero siempre, en su presencia, se sentía turbada, en una forma que no había experimentado nunca cuando era una chiquilla de la que no se dignaba ocuparse lord Stanville. La nueva situación de Liliana no ofrecía nada particularmente interesante, con ella la joven salía ganando ya que escapaba en parte a la autoridad de lady Stanville. Tras de haber cumplido su misión en el despacho, gozaba de entera libertad. Hugo había entregado por anticipado el primer trimestre de su pensión y podía así empezar a constituir su equipo, que tan desprovisto se hallaba. Sus manos diestras transformaban en blusas encantadoras trozos de ligera ropa que Daisy había descubierto para su amiga en un almacén de novedades. Tenía Liliana el gusto de la discreta elegancia, de la armonía, de esa simplicidad y sencillez refinada que es la marca de la distinción. Y ni siquiera en esto podía ser comprendida por lady Lorenza, la que, aunque era aristócrata de nacimiento, tenia gustos de nueva rica.
Creía la pobre Liliana que sus modestas blusas, de copiadas de un modelo que le había proporcionado Catalina, no era posible que la hicieran incurrir en las críticas de su atrabiliaria parienta ; y se quedó perpleja cuando oyó que la apostrofaban la primera vez que se puso una de ellas:
- ¿Qué significa esta elegancia fuera de lugar? ¿En dónde has comprado esta blusa?
Sucedió esto a la hora de comer y en el salón en donde lady Lorenza esperaba a su hijo para dirigirse al comedor. Hugo, que entraba en aquel momento, preguntó:
- ¿Qué ocurre ?
-Fíjate en esto. ¿No te había dicho que no sabría vestirse conforme a su situación?
Los ojos penetrantes examinaron de una mirada la falda de lana azul obscuro, la blusa blanca con finas rayas satinadas azul pálido, escotada en torno de un cuello encantador, y las mangas que dejaban ver por encima de la muñeca un poco de brazo fino y blanco.
-No comprendo lo que quiere usted decir. No encuentro nada reprensible en el vestido de Liliana.
-¿Cómo ?¿Puede permitirse esta elegancia? Y no prueba esto una estudiada coquetería, que no podemos tolerarle por su propio bien?
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La casa de los Ruiseñores
RomanceSipnosis: La señora de Sourzy la siguió con la mirada. Un suspiro hinchó su pecho y, uniendo las manos, murmuró estremeciéndose: -Pobre chiquilla mía, tan delicada, tan bonita! ¡Que terrible existencia para ella! Autor: M. DELLY Lord Stanville era...