Capitulo 11

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LA DECLARACIÓN DE JOE

Lord Stanville abandonó al día siguiente Breenwich para pasar algunos días en Londres, en donde tenía negocios que resolver. Liliana vió con inquietud la perspectiva de hallarse sola en las comidas con lady Lorenza y Carrie.

Pero Hugo, decididamente, pensaba en todo. Antes de su partida, en presencia de su madre, dijo a la joven:

—Liliana, durante mi ausencia, puedes descansar un poco ; así, por ejemplo, ve a comer y a cenar a casa de la señora O'Feilgen todos los días. Pagando tu parte no habrá en esto indiscreción, ya que sois íntimas amigas.

Liliana no deseaba otra cosa, y la buena señora O'Feilgen, tampoco. Durante aquellos días siguió Liliana acudiendo al despacho y efectuando con cuidado su trabajo, porque no quería abusar de la indulgencia de lord Stanville.

¿De la indulgencia? No era indulgencia lo que sentía Hugo hacia su pupila ; era algo más que esto. Enrojeciendo al recuerdo de sus palabras, de su mirada, del beso dado en su cabellera, Liliana pensó, estremeciéndose un poco, y no sabía si de temor o de alegría: «¡Parece que me quiere! ¡Qué cosa más rara! ¡El, él!»  Pero, de todos aquellos hechos que hubieran parecido significativos a cualquier joven menos inexperimentada, procediendo sobre todo de un hombre como aquél, a Liliana no se le ocurría otra conclusión que la de que ella era sólo para Hugo una primita simpática, a la que le agradaba testimoniar su afectuosa solicitud. Si experimentaba alguna turbación, la atribuía a la extrañeza que le producía la transformación física y moral de su tutor, y a la penetrante dominación de aquella mirada, de la que habían desaparecido para ella todos los rigores. Ni un solo instante se le ocurrió preguntarse por qué le parecieron tan largos los días que permaneció ausente lord Stanville, por qué su corazón comenzó a latir precipitadamente, cuando Hugo, que había llegado muy tarde la noche anterior, pero que se hallaba ya en el despacho a la hora habitual, la hizo llamar hacia las diez de la mañana.

Al verla, Hugo avanzó hacia ella, la mirada iluminada por una viva alegría.

—Bien, Liliana, ¿cómo estás? Ven a enseñarme un poco tu carita.

Y la condujo hacia una ventana y comenzó a mirar atentamente el hermoso rostro, muy turbado. Liliana sonrió, confusa, los ojos brillantes, medio ocultos bajo las pestañas que palpitaban.

— ¿ Has estado muchas veces en casa de los O'Feilgen, Lilí, como te lo recomendé?

¡Qué dulzura en su voz y cómo sus dedos oprimían la manita tibia y estremecida!

— Sí, primo

—¿No quieres llamarme Hugo?

—Sí, pero...

Una encantadora sonrisa de confusión se dibujó en los labios de Liliana.

—No estoy todavía habituada...

— Está bien. Dime, ¿ qué has hecho con tus amigas?

—Sobre todo hemos hecho música.

—¿Música ? ¿ En dónde la aprendiste?... Porque no creo que formara parte del plan de instrucción aprobado por mi madre.

Liliana le explicó en qué forma tuvo que adquirir sus conocimientos en este punto. El la escuchaba con viva atención y declaró:

—Quisiera oírte. Tendré que mandar traer un piano.

Liliana le miró con una mirada que no pudo dominar.

— Yo creí que no le gustaba a usted la música.

La casa de los RuiseñoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora