LILIANA HACE UNA AMISTAD

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Desde muy temprano, un sol primaveral comenzó a calentar las grandes habitaciones en donde, al día siguiente despertaron la señora de Sourzy y Liliana. Esta, que se vistió en seguida, bajó a pedir el desayuno de su madre, que había pasado una mala noche y se sentía muy débil. Cuando la niña se encontró al final de la escalera se sintió indecisa sin saber a dónde dirigirse, pero en esto distinguió al criado que cruzaba el vestíbulo con una bandeja en la mano.

Liliana se acercó a él y preguntó:

-¿A dónde debo ir para el desayuno?

El sirviente contestó casi a la fuerza:

-¡Sígame!

En el vestíbulo, a la derecha, abrió una puerta e hizo entrar a Liliana en una sala artesonada de caoba de arriba abajo e iluminaba por altas y estrechas ventanas ornadas de muy hermosa vidrieras.

Una mesa cuadrada, cubierta de un grueso tapete damascado, ocupaba el centro de la habitación. Allí habían servido el desayuno, que acababan de tomar en aquel instante, lady Stanville, su hijo y Carolina.

Liliana fué apostrofada en estos términos:

-¡Muy bien, ya han llegado ustedes tarde! ¡Hermoso principio!

-Ruego a usted que me perdone, prima... no sabía que...

-Está bien, siéntate. Pero no ocurra de nuevo porque te quedarías sin desayunar. ¿Y tu madre no viene?

-Se ha encontrado mal esta noche y no tiene ánimos para levantarse. Yo venía a pedirle a usted permiso para llevarle el desayuno.

Lady Lorenza hizo una mueca:

-Esto no me gusta; seguramente, con un poco de energía, hubiera podido bajar. En fin, cuando ocurra esto, tú te encargarás de servirle porque los criados tienen otra cosa que hacer. Cuando hayas desayunado Dominico te dará la bandeja en la que prepararás lo necesario.

Lord Stanville, que ojeaba un diario, contestó con un signo de cabeza al tímido saludo de la niña; ésta ocupó, un sitio en la mesa y recibió de mano de lady Lorenza una taza de té.

-Coge tostadas – dijo la voz seca, - y no te entretengas porque se retira todos en cuando nosotros abandonamos la habitación.

En tanto Liliana empezaba a comer, con el alma entristecida, lady Stanville la examinaba atentamente, y, de pronto, dijo con tono de censura:

-¡Qué manera de peinarte! Estos cabellos desgreñados están muy mal.

-Es que se me rizan solos. No puedo impedir que se estufen así.

-¡Bah, bah! Todo se puede cuando se quiere. Me harás el favor de peinarte de otra manera. Mira, como Carrie.

Y señalaba los desteñidos cabellos tirantes y secos que reunidos en dos pequeñas trenzas apretadas, caían sobre el cuello de Carolina.

Liliana objetó tímidamente:

-No es lo mismo...

En ese momento, lord Stanville levantó los ojos y lanzó una mirada a la cabellera de ondas suaves, de tonos de oro vivo, y luego terminó de beber su te. Lady Lorenza frunció las cejas.

-¿Eres acaso respondona? Si es así yo te haré perder la costumbre. Mañana te pondrás aceite en el cabello y te lo atarás muy fuerte en trenzas. Estoy segura que esto dará buen resultado.

Liliana guardó silencio comprendiendo que no podía discutir y que aquello no era más que el principio de las molestias que tendría que sufrir bajo aquel techo.

La casa de los RuiseñoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora