Capitulo 4

158 4 0
                                    

LOS O'FEILGEN COMENTAN

En la tarde del domingo, tres días después, Liliana acompañaba a su casa a sus amigas Catalina y Daisy, al salir de las vísperas. Lady Stanville y Carrie habían acudido a la Casa de la Cuidad, en donde se daba una conferencia que había aceptado presidir lord Stanville.

La joven disponía, pues, de un poco de tiempo que podía consagrar a sus amigas, antes que regresaran la tía y la sobrina.

En el salón, Joe, que había llegado la noche antes, dormía la siesta. Daisy fue a hacerle cosquillas en la nariz con su guante. El se irguió bruscamente y preguntó:

-¿Que pasa? ¿Qué hay?

Luego su mirada se fijó en Liliana, que reía dulcemente. Entonces, él, se puso de pie exclamando:

-¡Ah, es el hada de los cabellos de oro!

Ella le tendió su fina manita, que él oprimió calurosamente. Su mirada admiradora y tierna se fijaba en el hermoso rostro sonriente.

- ¡Eres todavía más deliciosa que año anterior, Liliana!

Ella enrojeció y adoptó en ademán de seriedad.

-Habíamos convenido que no me dirías más piropos, Joe!

-Es verdad. ¡Pero surgen solos! Es culpa tuya. ¿Es que existen ojos semejantes? ¡Y el cabello!

Liliana le volvió la espalda.

-Buenas noches, amigo. Volveré cuando te hayas marchado.

- ¡Qué susceptibles eres! Ya me callo. Vamos, ven a sentarte. He traído pasteles de Londres, de aquellos que a ti te gustan Lili. Mi tía nos servirá el té, que me parecerá hoy cien veces mejor que otros días... ¡Uy, iba de nuevo a decirte...!

Conservaba su rostro risueño y dulce, el rubio Joe. Era un guapo muchacho, de baja estatura, delgado y gracioso, la fisonomía un poco afeminada , y vestía con una muy cuidada elegancia. En su aspecto moral, poseía un excelente corazón, y una cabeza ligera. No disimulaba su admiración por Liliana, pero está, afectando no tomarla en serio, mantenía entre los dos, con mucho tacto, una actitud de buena camaradería, de la que el joven no trató nunca de traspasar los límites.

Catalina, dejando sobre una mesa su devocionario, exclamó:

-Adivina Joe, lo que acaba de decirnos Liliana.

Daisy repitió con tono de horror:

-Si, adivina. ¡Pobre amiga!

-¿Pero qué es? ¿Pero qué es?

-¿Qué le pasa a esta pobre Liliana?

Estas últimas palabras fueron pronunciadas por Roseta, que entraba con la tetera en la mano.

Catalina dijo lúgubremente:

-¡Que entra como contable en la fábrica!

Joe saltó:

-¡Oh, cielos! ¿Tú, Liliana?... ¿Tú, vas a encontrarte directamente bajo el yugo de lord Stanville?

Esta sonrió con melancolía.

-Acaso no será tan pesado como lo es el de su madre.

-¿Pero no ha sido él el que te ha ofrecido esto... o te lo ha impuesto?

-No, no me lo ha impuesto, incluso debo decir que yo se lo he pedido.

Entonces hizo el relato de todos los incidentes que habían acaecido en el día en que, por primera vez, pareció recordar que era su tutor.

La casa de los RuiseñoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora