Capítulo XII: La Mansión del Lago

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Apenas si podía distinguir a la elegante figura que iba delante de mí. La fuerza con la que sujetaba mi muñeca como si temiese que fuera a escapar podría comparar con la de un cazador al no querer dejar ir a su presa.

Atravesamos, de la mano, el laberinto, y doblamos por recodos que yo no había vislumbrado en mi visita previa, ya sea por la inmensa oscuridad o por el creciente miedo de aquella noche en la que me vislumbré perseguida por una horda de ratas. Sin embargo, de la mano de aquel espectro ataviado en el color de la noche y de la muerte me sentía mucho más segura que en mi propia habitación ó al lado de Lucas.

¡Lucas!

Aquello si que no iba a creérmelo. ¿Cómo podría llegar a contárselo sin que llegara a tomarme como una loca desquiciada? La imagen del rostro del chico cruzó por mi mente, repitiendo aquellas cinco palabras que venía repitiendo desde hace varios días: "El Fantasma no es real."

El Fantasma era más que real. Más que una ilusión del cuerpo de bailarinas, o del grupo de teatro, más real para mí de lo que era para Christine. Allí estaba él, de carne y hueso. Salido de las profundidades del teatro, atravesando espejos y paredes, interpretando música que poseía, yo tomada de su mano.

Intenté atravesar la oscuridad que nos separaba para poder descubrir quién era él. Más mi vista no alcanzaba para nada, lo único que podía decir era que era mucho más alto que yo, y su atuendo le hacía confundirse con los pasadizos que atravesábamos.

De súbito, frené en seco nuestra marcha. Él intentó hacer que avanzará nuevamente, pero en mi repentino momento de sensatez no le obedecí. Se giró y se acercó a mí a una distancia muy poco prudente, apenas si había centímetros que separaran nuestros rostros. Escrutó mi rostro, pude distinguir el color azul oscuro de sus ojos, que casi podía confundirse con el negro, la blancura de la máscara agudizo los pocos gestos que podía apreciarle.

- ¿A dónde vamos? – me atreví a preguntar.

Él se alejo y dejo salir una risa poco común.

- Conocerás mi hogar. – dijo con voz grave

- La Mansión del Lago... - musité para mí

- Mi infierno personal. – repuso él.

El recorrido que siguió no fue el que yo había seguido, pero a fin de cuentas, era él quien conocía mejor que nadie su dominio. No tardamos demasiado en llegar a la orilla del lago en el que me vi sumergida hasta la cabeza y del cual aún conservaba nítidos recuerdos de la Voz de sirena.

Fue hasta ese momento en el que soltó mi mano, se arrodilló a la orilla del lago y arremangó su camisa y saco hasta el codo. Introdujo su mano en el agua cristalina que se sacudió ante aquello, buscó algo y cuando al parecer lo encontró, sacó su mano que sostenía una soga que comenzó a jalar hacia nosotros, de más allá una silueta comenzó a acercársenos, cuando estuvo a menor distancia pude distinguir lo que era una balsa. Ancló a mis pies. Mi acompañante se levantó e hizo un ademán para que entrara en nuestro medio de transporte.

Dudé.

- No tenemos toda la noche. – dijo con tono autoritario

- Lo sé, es sólo que... no lo sé. Todo esto es...

- ¿Salido de ultratumba? Créeme no has visto nada aún.

- Las trampillas. El laberinto. ¿Cómo pudiste hacerlo todo tú? La casa del Lago, la sirena...

- Todo eso ya estaba cuando llegué aquí hace años, yo sólo lo modifiqué un poco de acuerdo a mis necesidades.

- ¿Quién eres?

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