Capítulo XXIII: Mentiras

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Las siguientes tres semanas de mi vida las pasé en mi cama, en casa, con mis padres y mi hermana, recuperándome de mi trauma. Con incesables preguntas de que era lo que realmente había pasado aquella noche. ¿Cómo llegué allí? Mi maldita buena suerte.

Después de que las luces del teatro se encendieran y Erik cayera en la cuenta de lo que había estado a punto de hacer, se pudieron escuchar varios pasos apurados entrando en el escenario y una voz masculina gritando mi nombre: Lucas

Quise gritarle, decirle en dónde me hallaba, que me sacara de allí. Que me alejara de Erik tan rápido como le fuera posible.

Nada. Después de "hablar" con Erik no podía pronunciar ni una sílaba más.

- Debo quedarme contigo. – dijo el Fantasma. Intentó acercarse a mí pero me moví hacia un lado con la mirada de un niño asustado. Dejándole bastante en claro que no quería que me tocara o que estuviera cerca de mí después de lo sucedido. – Lo lamento tanto.

Se levantó y lo miré dirigirse a la pared, accionó alguna de sus secretas compuertas y se introdujo en un pilar para luego desaparecer por completo de mi vista, mi rostro pronto se vio bastante húmedo debido a la ridícula cantidad de lágrimas que salían de mis ojos.

- ¡La cabina! – gritó Lucas

No paso demasiado cuando mi mejor amigo entró en la cabina junto con dos de los guardias de la Academia. Me miró en el suelo cubierta de lágrimas y el cuello desfigurado, al instante se hallaba a mí lado en el suelo mientras me abrazaba y me dejaba llorar en su hombro.

- Shh. – dijo acariciando mi cabello. – Todo está bien. Estás a salvo conmigo. Aquí estoy. Yo te protegeré. – más tarde podría notar que el tono que había usado era el mismo que Raoul había utilizado para tranquilizar a Christine.

Me sacaron de la cabina con cuidado y me sentaron en las escaleras al lobby para tranquilizarme. Uno de los guardias llamó al director y al señor Varone para que llegaran tan rápido como les fuera posible. Les dijo que había habido un robo en el teatro y que había una estudiante traumatizada.

Lucas se hallaba a mí lado, rodeándome aún con uno de sus brazos por mis hombros, lo miré. Él me miró. Me sonrió de lado y secó una de mis lágrimas con su dedo pulgar, luego acarició mi mejilla. Abrí la boca pero sólo un grotesco sonido emanó de ella.

- Tranquilízate. Ya todo termino. – negué con la cabeza. - ¿Lo viste? ¿Viste al ladrón? – asentí, allí estaba yo, mintiendo de nuevo; por proteger a Erik. - ¿Crees que lo puedas identificar si lo vuelves a ver? – negué. – Maldito bastardo. Sólo mira tu cuello. Lo mataré si alguna vez llegó a averiguar quién es.

Al poco tiempo, el director, el señor Varone y Madame Giry llegaron hasta donde yo estaba, junto con un coche patrulla de la policía local y una ambulancia. Los paramédicos me revisaron, al terminar me dijeron que tenía bastante suerte de seguir viva. Me subieron a la ambulancia no sin antes intentar convencer a la policía de que yo era la víctima y no el agresor.

Al llegar al hospital, los doctores se aseguraron de que mi cuello se hallara lo mejor posible, sacaron los vidrios de mis manos y llamaron a mis padres. Quienes no les sorprendió en lo absoluto el que yo me hallara en aquella situación. Me llevaron a casa para que los siguientes días la policía fuera a interrogarme para intentar dar con el ladrón.

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