Capitulo VIII: Notas

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Desperté en una cama con la cabeza punzando y mi cuerpo adolorido. Cerré los ojos con fuerza concentrándome en la zona en la que el dolor era más potente, mi costilla izquierda. Comencé a respirar, aquel era un ejercicio que el director nos obligaba a realizar muy a menudo, ayudaba a que nuestro umbral del dolor aumentara, aunque eso no significaba que el dolor se fuera rápidamente. Cuando pude soportar aquellas punzadas sobre todo mí costado izquierdo hice un esfuerzo por levantarme, me senté sobre el borde de la cama y mire a mí alrededor, me hallaba entre cuatro paredes más que familiares, mi habitación.

« ¿Cómo rayos...?» pensé, aunque claro, últimamente recibía más preguntas que respuestas.

Me deshice de mi ropa en el cuarto de baño, me dí una ducha que se prolongo más de lo esperado debido a que mientras vertía shampoo en mi cabello, la cabeza comenzaba a punzar. Además de seguir pensando en cómo es que había llegado a mi habitación. Me mantuve debajo del chorro de agua dejando que aquel líquido se deslizara por todo mi cuerpo desnudo; froté mi rostro con ambas manos, luego posé mi mano en mi costado izquierdo para ver si aún dolía, cosa que paso. Giré las manijas, cerrando el flujo del agua, deslice hacia un lado la cortina con estampados de flores y tome una toalla, que enredé alrededor de mi cuerpo y debajo de mis axilas. El cuarto de baño se había convertido en una especie de sauna casero, abrí la ventana que había del lado de la regadera y el vapor comenzó a dispersarse, el espejo se hallaba cubierto por residuos del vapor, use una mano para limpiarlo. La imagen que me devolvió no era la que me esperaba, mi rostro estaba magullado; tenía varios hematomas poco oscuros en mis sienes, mis ojos estaban cansados y tenía un corte no muy grande en la comisura derecha de mis labios. Cosa curiosa, todo aquello no me había fastidiado para nada. Me senté sobre un pequeño banco que había frente al lavabo, tome otra toalla y sequé mis piernas y mi cabello, dejándola enrollada en este último. Me deshice de la toalla que cubría mi cuerpo y la pase rápidamente por todo él. Tomé un par de calzoncillos limpios de un anaquel y me los coloqué, el sostén fue un poco complicado ya que mi costado izquierdo aún me producía dolor, no había querido mirar hacia aquella parte por miedo a que hubiera un golpe que yo no pudiera remediar con algo de bálsamo y una venda. Después de colocarme la ropa interior me puse unos jeans azules algo entubados y una playera de tirantes blanca. Suspiré. Salí del cuarto de baño y tome de mi closet una blusa de botones que me puse sobre la blanca. Tomé mis únicas sandalias y las deje a un lado de la cama.

El reloj decía que ya estaba retrasada, no había podido asistir a las primeras dos clases, en poco sonaría la campana que indicaba el primer receso por lo que aún podía tardar un poco más.

Me senté sobre el borde de la cama y mientras me ponía mis sandalias comencé a pensar en lo que había pasado la noche anterior. Recordaba el letrero con una frase del inmortal Confucio, recordaba haber accionado una trampilla y haber comenzado a caer. El descenso no duro más de 10 segundos y después no había suelo. Cerré los ojos. Recreando todo lo que podía.

Oscuridad. Frío. Desesperación. No llegué al suelo, porque no había suelo debajo de mí. Había sido agua, por alguna razón había caído en un manto de agua. Después de la zambullida, recuerdo haber nadado a la superficie; y alcanzar a ver como la trampilla se cerraba en el techo. Miré a mí alrededor pero solo pude distinguir columnas de piedra que sostenían por donde yo había caído. El agua era cristalina con toques de azul. Sobre mí, en el techo había cables que debían conducir a algún lado, por lo que seguí su dirección sin dejar de flotar.

En definitiva, lo que veía no lo había podido ver en mi primera inspección. Una casa, y no me refiero a una fachada, sino al interior de una casa. Se alzaba en una de las orillas con muebles finos, en un rincón un piano y un arpa tapada con tela, la forma era inconfundible, una pequeña cocina antigua. Sillones y una mesa de centro. La mansión del Lago, la nombré.

PhantomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora