Capítulo XXXIV: Confesión y despedida

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Aquel descenso fue uno de los más difíciles en toda mi vida, las vigas de madera comenzaban a caerse y con ello bloquear el paso hacia la Mansión. Conforme Raoul y yo seguíamos bajando podía escuchar el crepitar del fuego sobre nuestras cabezas, podía apostar que las llamas ya habían alcanzado el escenario de mi amado teatro. Lágrimas silenciosas comenzaron a teñir mi rostro, Raoul se dio cuenta pero sabía que era mejor mantenerse callado por el resto de nuestro viaje.

Las antorchas a los lados del laberinto se fueron extinguiendo con rapidez, por lo que la última parte del trayecto tuvimos que hacerla a oscuras. Ambos podíamos escuchar como en los sótanos superiores a nosotros todo comenzaba a derrumbarse. Llegaríamos a la Mansión, aquello era seguro pero ¿cómo saldríamos?

Al llegar al lago todo pareció volverse un poco más favorable, pasando el cuerpo de agua, dos figuras de movían de un lado a otro en la Mansión. Atraje la balsa lo más rápido que pude y Raoul comenzó a remar hasta la Mansión, ninguno de los dos sabía a lo que nos íbamos a enfrentar.

~*~

- ¡Mira Christine, tenemos un invitado! – escuché la voz de Erik

Raoul saltó de la balsa y corrió hasta la sala de la Mansión, al verlo, escuché a Christine suspirar:

- ¡Raoul! – dijo ella con voz aliviada

- Pero que placer, por favor – habló Erik -, pase usted. No lo esperaba por aquí. – aquel sarcasmo del infierno no era lo apropiado para esa situación.

- ¡Suéltala! ¡Libérala! – gritó Raoul - ¿Acaso no tienes piedad?

- Creí haberte dicho que pasarás. – contestó Erik. – Es un poco tarado, ¿no lo crees?

- Raoul, es inútil. – dijo Christine

- ¡La amo! ¿Eso no significa nada? Yo la amo. Muestra algo de compasión.

- ¿Cómo la que tu gente me mostró? – gritó el pelinegro con furia

- Por favor – suplicó Raoul

- Pase usted, por favor.

Durante todo este intercambio de palabras había permanecido aparte y ni Christine ni Erik habían notado mi presencia, Raoul muy probablemente ya la había olvidado.

- ¿Creíste que iba a lastimarla? – preguntó Erik con sorna. - ¿Después de todo lo que hice para que se enamorara de mí? He cometido muchos errores en mi monstruosa vida, y Christine fue el más grande de todos.

Escuché pasos apresurados, y al instante vi como la chica ya se hallaba al lado de su enamorado, abrazándolo.

- Viniste sólo a morir, Raoul, las trampillas están cayendo una a una –habló Erik –, no falta mucho para que los tres quedemos sepultados aquí. Llegaste tarde. Ya no hay opciones. Si lográramos salir todos, me arrestarían. Y si morimos todos aquí, quedaré como un asesino. Ya no hay opciones para mí. – y cayó de rodillas.

- Perdónanos, Christine. – le dije Raoul-. Tardamos demasiado en llegar.

- ¿Tardamos? – preguntaron Erik y Christine a la vez.

Aquello fue como una señal y me acerqué a ellos. Christine al verme, corrió a abrazarme. Le correspondí el gesto muy levemente, mis ojos no podían concentrarse en nadie más que no fuera Erik, de rodillas en el suelo, mirándome con gesto triste.

Empujé levemente a Christine para que se separara de mí, cosa que hizo. Me acerqué a Erik y me arrodille frente a él.

- No debiste de haber venido.- me dijo con voz entrecortada. - ¿Por qué lo hiciste?

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