Capítulo XXX: Alma Torturada

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No me fue difícil llegar a la Mansión. Las trampillas volvían a ser accesibles. Durante todo el trayecto no pude sentir más que un inmenso odio hacia aquel con quien iba a encontrarme. Al llegar a mi destino algunas lágrimas abandonaron mis ojos y recorrieron mi rostro al pensar, nuevamente, en la forma en la que el cuello de Meg se había roto en el aire.

Camine inconscientemente hacia la Mansión sin saber con exactitud qué le diría a la persona que iba a encontrar allí. El sonido de madera estrellándose me sacó de mis ensoñaciones, mi vista volvió a ser clara y vi como Erik volcaba la mesa del comedor con todas sus fuerzas para luego lanzar las sillas a un lado, buena parte de su hogar se hallaba en el suelo hecha añicos. Gritaba furioso, pero podría decir que no estaba tan enojado como yo.

Después de lanzar otra silla a donde yo estaba su mirada se topó con mi cuerpo, tenía el cabello desordenado, los puños sangrantes, la ropa desgarrada y parecía no haber dormido ni comido en varios días.

Dio un paso hacia mí y yo retrocedí. Pronunció mi nombre con una suavidad desgarradora que hizo que algo dentro de mí se moviera con rapidez, la sensación era muy parecida a las llamadas "mariposas en el estómago". Pero él no lograría que yo cayera rendida a sus pies de nuevo. Suspiré y me obligué a calmar todas las sensaciones que estaba experimentando en ese momento.

- Ven aquí. – dijo al tiempo que me extendía su mano.

Negué con la cabeza.

- Te necesito.

- No. – le aseguré.- Te las arreglas muy bien sin mí.

Dio otro paso y yo volví a retroceder. Para ese punto ya casi no era consciente de lo que sentía hacia Erik, lo odiaba por la muerte de Meg, pero seguía amándolo como si él fuera el único hombre en el mundo para mí.

- La mataste. – le dije con tristeza y varias lágrimas se deslizaron por mi rostro. - ¿Cómo pudiste?

Aquello pareció enfurecerlo y entristecerlo al mismo tiempo.

- ¡Ella te quería! – le grité. - ¡Ella confiaba en ti! ¡¿Cómo pudiste hacerle eso?!

- Lo lamento... - me respondió con un hilillo de voz. – Lo lamento tanto... - comenzó a llorar.

Reuní valor suficiente y comencé a dar pasos en su dirección.

- No es cierto. – atajé. - ¡Ni siquiera fuiste a su funeral! ¡Ella era tu hermana!

- ¡Cállate! – me gritó - ¡Vete de aquí! ¡Déjame solo!

- ¿Por qué, Erik, porque lo hiciste? ¡Ella jamás hizo nada malo! ¡No tenía que irse tan pronto!

- Lo se...

- Y aun así, la mataste. Eres... - me quedé callada

- Soy... - me imitó aunque con ira. - ¿Soy qué? ¿Un asesino? ¿Un monstruo?

- Mataste a tu propia hermana.

- Meg no era mi hermana.

- Claro que sí. – comenzaba a ponerme nerviosa – No debiste hacerlo.

- Y a pesar de eso, aquí estás. Hablando con un monstruo.

Comencé a llorar.

- Nos hiciste daño, le dije. A todos. Madame Giry, Christine, Raoul, a las bailarinas, a mí... - bajé la mirada.

- Sabes que jamás te causaría daño. – lo escuché acercarse más a mí, acarició mi rostro, llevó uno de uno dedos a mi barbilla y me obligó a mirarlo. – Lo sabes, ¿no?

- Pero lo hiciste, me la arrebataste como si ella no importara.

- La amaba. – dijo con nostalgia. – Era mi hermanita.

- No te entiendo, Erik. Si la amabas porque...

- Shh... - me interrumpió al tiempo que elevaba su rostro hacia el techo de la Mansión

Ambos nos quedamos en silencio, sobre de nosotros se escucharon pasos apresurados. Él pareció alarmarse.

- ¿Cómo llegaste aquí? – me preguntó desesperado.

- ¿Cómo que...?

- ¿Cómo llegaste hasta aquí?

- Yo... ahh... las trampillas están abiertas.

- Mierda. – dijo enojado. – Debes irte, ahora.

- ¿Qué? Aún no...

- Lo sé. Aun no terminas de gritarme por ser un asesino y haber matado a mi hermana, dejemos todo eso para después.

- Te odio. – le dije bastante enojada y planté una bofetada en su rostro.

Él pareció sorprenderse, solamente me empujó hacia atrás.

- Vete. – dijo molesto. Dio media vuelta y comenzó a alejarse de mí.

Sin pensarlo, tome una de las figurillas de cristal que habían sobrevivido. Y la lancé con todas mis fuerzas hacia él. La puntería no fue tan mala y está se impactó a mitad de la espalda del chico. Quien se detuvo en secó y giró sobre sus talones.

- ¡Vete de aquí!- rugió al tiempo que lanzaba una silla en mi dirección. - ¡Déjame en paz!

Negué con la cabeza. No sabía realmente que quería lograr con todo aquello. Erik se molestó y caminó de regreso hacia mí con paso decidido. Me tomó del brazo y comenzó a jalarme de vuelta a la barca, tomé la pata de una silla que se había desprendido y golpeé al chico, me soltó.

Mala idea. Llevó sus manos a mi cuello en un abrir y cerrar de ojos. Le escupí en el rostro.

- Creí que jamás me harías daño. – mascullé.- Anda, rompe otra de tus promesas – para este punto ya estaba bastante enfadada. – Añade la sangre de alguien más a tus manos. Hazlo. Déjame ir a volver a ver a Meg.

Ante la mención de esta chica, él me soltó, caí de rodillas al suelo, llevándome las manos al cuello y masajeándolo un poco. Erik también cayó de rodillas y comenzó a llorar.

- Lo lamento... - susurró – Meg, perdóname. Mi Meg, perdóname.

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