Respiré hondo tratando de mantener la calma, caminando al ritmo de mis padres justo detrás. El emperador había organizado un festejo y todas las familias de reconocimiento entre la alta sociedad habían sido invitadas, incluida la mía. Hija de un linaje de ricos comerciantes de joyas y piedras preciosas entre otros caros materiales, tenía sobre mis hombros una gran carga, ya que mis padres ya estaban buscando un marido adecuado para continuar con nuestra posición en cuanto me tocase a mí tomar las riendas junto a un esposo y, en un futuro, una familia.
A mí no me gustaba eso del matrimonio concertado: a mis 16 años, como cualquier otra chica de mi edad, deseaba poder experimentar el ser querida de verdad y no por conveniencia económica. Y en esa fiesta de gente con poderes, mis padres aprovecharían para consultar y empezar a descartar posibles candidatos. Ya estaba lo suficientemente nerviosa por mi primera visita a palacio como para tener que preocuparme sobre quién podría terminar siendo mi pareja.
Como a mí no me era permitido entrar al salón del trono, esperé a que mis progenitores saliesen de su pequeña bienvenida recorriendo los alrededores, protegida del sol gracias a un pequeño techo que cubría el porche de madera, el cual a su vez rodeaba todo el recinto del lugar donde tomaría lugar la fiesta a la noche siguiente.
Los jardines y los senderos artificiales que veía a mi derecha eran hermosos... En la ciudad donde yo vivía, no se veían muchas plantas, por lo que mis ojos violetas brillaban de emoción, enmarcados por rebeldes mechones de reluciente cabello negro. Mi madre de pequeña solía decirme que era una hermosa combinación de amatistas y azabaches, y que eran una mezcla sin igual, pocas veces dada en nuestra historia.
Tan distraída iba, que no me di ni cuenta al doblar la esquina derecha del fondo que no iba sola. En sentido contrario a mí, alguien chocó bruscamente contra mi cuerpo y se oyó un sonido metálico sobre la madera del suelo.
- Discul... pe- me corté al sentir una punzada de malas vibraciones en el pecho.
Ojos rojos llenos de oscuridad, larguísimo cabello negro más opaco que el mío ajustado con cadenas para que no se soltase y una vestimenta demasiado fresca a mi parecer eran la imagen que menos me esperaba en un lugar así. Peor fue cuando vi su sonrisa: más que una de incomodidad, había sido un reflejo de lo que estaba pensando.
- Discúlpeme usted a mí, señorita- su voz alteró mi tranquilidad que tanto esfuerzo me había costado conseguir cuando se agachó a recoger algo del suelo. Cuando quise fijarme bien, era una especie de varita con una afilada joya roja en un extremo, la cual apuntó hacia mí hasta apoyar la parte plana bajo mi barbilla, alzándome la cabeza e inspeccionándome como si fuese algún tipo de peligro.
Entrecerré los ojos y retrocedí un paso ante ese gesto tan fuera de lugar, lo que provocó una perversa risa grave en él y que se volviese a agachar, esta vez apoyando una rodilla en el suelo, una mano en lo poco que tenía cubierto de pecho y la cabeza baja.
- Lamento este breve momento de confusión e incomodidad... Mi nombre es Judal, soy el Magi del Imperio Kou- eso sí que no me lo esperaba.
Retrocedí otro paso y procuré no juzgarlo tanto por lo que había presentido al ver sus ojos carmesíes. Tomando aire hice una leve inclinación, apretando sin que me viese los bordes de mis largas mangas del yukata escogido para la ocasión para no salir corriendo.
- Deberé presentarme entonces yo también- tragué saliva-. Me llamo Reena, soy hija y heredera de un largo linaje de importantes comerciantes. Nos han invitado a mí y a mis padres al evento de mañana al anochecer, es un placer estar aquí.
Rogué porque no se diese cuenta de lo forzada que era mi habla en ese momento. Deseosa por irme lejos de Judal recuperé mi postura aprendida desde la más tierna infancia y lo miré medio elevando la cabeza en señal de que, efectivamente, yo era un personaje destacable y por eso estaba allí. Pero no contaba con que el Magi de Kou tuviese ganas de conversación.
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Gemas amatistas
HumorNo es maga, pero hace milagros No es una conquistadora de calabozos, pero tiene un poder oculto. No tiene familia, pero sí amigos en quienes confiar hasta la muerte. Reena nunca pensó que lo perdería todo ese día. Una humilde invitación al palacio d...