#4: Brechas en la muralla

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Viendo cómo algunas personas empezaban a marcharse de palacio, algunas porque tenían hijos pequeños y era tarde o porque tenían negocios que abrir temprano, pude calcular que rondábamos la medianoche. Todavía había mucha gente, pero casi un tercio de Sindria había regresado a sus hogares. Empezando a sentirme algo cansada, me levanté de mi lugar y me despedí de los tres festejados, antes de saludar con la mano a los generales y a Sinbad para dirigirme hacia las escaleras que separaban la plaza de las fiestas del palacio en sí. Apenas había subido un par de escalones cuando sentí una mano agarrarme de improviso por la muñeca. Me giré por la sorpresa y me relajé al ver a Sphintus, quien me miraba... ¿nervioso?

- ¿Te vas?

- Estoy cansada- respondí con naturalidad, aunque su evidente inquietud me daba curiosidad-. ¿Ocurre algo?

El moreno suspiró y me soltó la mano, mirando por encima del hombro a la gente que quedaba en el festejo. 

- Ya he estado suficiente rato aquí, ahora es tiempo de que los que ya se conocían estén tranquilos. Además, me perderé de regreso a mi habitación y también quiero descansar.

Reí ante su respuesta y seguí subiendo las escaleras, esta vez con Sphintus a mi lado. Una vez me detuve frente a mi puerta, él se dirigió a la suya tras agradecerme que lo hubiese acompañado gran parte de la noche. Gracias a la oscuridad no logró ver el ligero rubor que cubrió mis pómulos cuando se despidió con una dulce sonrisa. Entré de una vez a mi habitación y me dejé caer en la cama, cerrando los ojos por unos segundos hasta que sentí que me observaban. Mi mirada violeta se cruzó con una dorada llena de curiosidad.

- "¿Te gusta ese chico o qué?"- preguntó Tao en tono burlón tras haber yo posado mi mano en su lomo para oírlo. Se había tumbado a mi lado y me miraba con la cabeza en alto, siendo éste uno de esos momentos en los que me daba cuenta de lo enorme que era mi tigre.

- ¿A qué viene eso?- protesté sentándome. El felino puso una pata sobre mi muslo y gruñó con suavidad.

- "No soy tonto, he visto que te has sonrojado antes de entrar. Puedo ver en la oscuridad, ¿sabes?"

- Que me resulte algo tierno el hecho de que me agradezca que haya estado con él para no sentirse solo no quiere decir que me guste- desvié la vista, empezando a incomodarme por la mirada de mi fiel compañero.

- "Ya, lo que tú digas"- se burló empujándome con la cabeza, haciéndome reír. 

- Anda, calla y déjame dormir- lo hice bajarse de mi cama y la abrí, apoyándome en un codo esperando a que Tao se acostase en su propia cama, en la pared al lado de mi cabecera. Ésta consistía en varios cojines que él podía acomodar como quisiese y una manta bajo la que meterse si una noche hacía frío-. Que descanses, Tao- me despedí con un bostezo antes de acomodarme bien y volver a cerrar los ojos, esta vez para dormir de verdad.

Con el murmullo exterior, me dormí poco a poco.

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Me veo a mí misma gruñendo por lo bajo sin motivo, en la habitación que me ha sido asignada para mi estadía en palacio. He abierto sin cuidado la cama y me he metido dentro tras apagar las luces y sumirme en la oscuridad. Miro al techo, y mi subconsciente casi dormido se pregunta sin que me llegue a afectar la pregunta: ¿Qué me pasa?

Mi mirada se desvía curiosa hacia la puerta al oír cómo ésta se abre, dejando ver una figura que bien conozco. Sin embargo, no muestro signos de rechazo y ni me inmuto cuando cierra a sus espaldas la puerta y gira la llave. Me incorporo en la cama hasta sentarme y lo observo mientras se acerca a mí con una sonrisa extraña. No pregunta, no dice nada, se limita a ocupar un lugar a mi lado mirándome con esos ojos rojos como la sangre.

Gemas amatistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora