#8: Harith

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Nadie decía nada. Es más, nadie era capaz de hablar. Y llevábamos así media hora, literalmente.

Yo estaba de pie, con la espalda y un pie apoyado en la pared y los brazos cruzados, mirando al suelo. Tao estaba echado a mi lado, con las orejas caídas.

A lo largo de toda la mesa del comedor, donde estaban los Ocho Generales, Sinbad, Sphintus, Aladdin y Judal (preso bajo un hechizo de Aladdin), lo único que se oía eran los constantes toques sobre la madera de los nerviosos dedos del rey de Sindria. A su lado, el pequeño Magi vigilaba en todo momento al otro, quien ocultaba su rostro tras sus rebeldes cabellos negros. Sphintus, a su vez, miraba con odio a Judal. Si giraba la vista hacia mí, sus ojos cambiaban de asesinos a dolidos. 

Nadie aparte de Sinbad, Sphintus, Jafar y Yamuraiha sabía por qué había tanto silencio. Es más, nadie tenía ni idea de por qué Judal estaba tan tranquilo dentro de la burbuja en la que Aladdin lo tenía atrapado, siendo él el causante de la fisura en la muralla y del escándalo que hacía un rato había herido a unas cuantas personas. 

- Perdón... ¿Alguien sería tan amable de explicarnos qué pasa?- se atrevió a murmurar tímidamente Spartos.

- Creo que la indicada para eso es la única que está de pie, además del señorito que acaba de romper la barrera de Yamuraiha- respondió con sequedad Sinbad. 

- Reena, ¿qué ocurre?- repitió el pelirrojo, mirándome igual que el resto de personas en aquella sala. Yo no levanté la vista en ningún momento.

- Yo...- traté de respirar hondo para que mi voz no se quebrase otra vez-. Me queda menos de un año de vida. Moriré a los 19 años, estoy maldita.

Retiré mi melena negra de mi espalda y dejé ver la parte superior de mi sello, volviendo a apoyarme después en la pared. Recuperé la anterior postura y seguí hablando.

- El imbécil que tiene el imperio Kou como Oráculo y Magi fue quien me puso esto. Un par de semanas antes de mi llegada a Sindria, mis padres y yo fuimos invitados a un festejo en palacio... La noche antes de regresar a casa, un hechizo cayó en mi copa y mi conciencia se vio anulada por completo. No me afectaba nada, era incapaz de saber qué era lo bueno y qué era lo malo...

Me detuve un segundo para mirar a Judal, quien aún no se había dignado a mirar a nadie.

- Desperté confusa, adolorida y sin castidad. Cuando me espabilé, supe que había sido forzada. Según él, o aceptaba ser su esposa o moriría dentro de tres años. Para asegurarse de que tuviese suficientes pruebas sobre mi piel además del sello maldito, tenía mordiscos y moratones por todas partes. Lo peor...

- Quiero irme de aquí. No lo escucharé dos veces- cortó Judal.

- Tú te quedas aquí, degenerado- Sphintus golpeó la mesa con un puño, levantándose.

- Cálmate- lo miré, manteniendo el contacto visual hasta que se resignó y volvió a sentarse-. Lo peor es que quedé embarazada, cosa que Masrur no notó cuando comenzó a entrenarme. Yo ya estaba débil por una semana viviendo en la calle, y como aún no me había estabilizado no fui capaz de esquivar el golpe que me hizo notar algo raro. Nació muerto, ese golpe sólo lo expulsó. Mi hijo estaba condenado a morir, a no abrir los ojos, ya que el destino que Judal quebró con su egoísmo así lo quiso. 

- ¿Por qué nunca lo dijiste, Reena? ¿Por qué ahora, cuando dices que te queda menos de un año?- Yamuraiha estaba llorando. Yo también.

- Porque no quería que pasara esto, precisamente- por fin levanté la cabeza. Descubrí ojos llenos de dolor, otros de rabia y otros inexpresivos-. Si iba a morir quería pasar mis últimos años feliz, con mis amigos, con mi rey y con una pareja que acaba de llegar. De saberlo vosotros, las cosas hubiesen sido muy diferentes. Por eso insistí tanto en tener un trabajo, en entrenar, en estudiar, en aprender todo lo que me iba a perder.

Gemas amatistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora