Versículo III. Manos a la obra.

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Después de tan exitosa declaración y un par de besos proclamándose su cariño, Edmundo bajó brincando de felicidad las escaleras y justo cuando iba a salir del edificio se detuvo en el recibidor para hacer una llamada.

Sacó el móvil del bolsillo trasero de sus ajustados jeans, marcó un número que conocía de memoria y pegó el artefacto a su oreja.

—¡Aceptó!— exclamó sin darle tiempo a su interlocutor siquiera de decir un "¿Aló?"

—Ed, no grites— pidió Adam.

—Lo siento, pero es que no puedo evitarlo.

—Cálmate y cuéntame.

—Dijo que yo también le gusto, no sabes lo feliz que estoy.

—¿Y tú no sabes lo que significa que te calmes? Tranquilo— dijo con un tono de falso enojo, luego se relajó y agregó, —me alegro por ti; de verdad.

—Te llamé para darte la noticia, luego te daré los detalles; ahora iré a comprar unas cosas, la invité a cenar a mi apartamento.

Adam estalló a carcajadas, —¿Cocinarás? Qué cursi eres.

Edmundo frunció el ceño, —no lo soy, se llama romanticismo.

—Sí, sí, sí; como digas. Suerte—; a pesar de que a veces, o mejor dicho, la mayoría de las veces, fingía burlarse de él y sus ideas, justo como con los dibujos de las brujas que parecían "orcos travestis", Adam apoyaba y animaba mucho a su amigo.

—Gracias—, se despidió y colgó. Miró su reloj, debía darse prisa, así que apresuró el paso y salió dejando el recibidor vacío, o al menos eso creyó.

La puerta del viejo edificio rechino al momento que el joven abandonó el recinto, entonces una sombra se extendió por la desgastada baldosa del suelo y luego se concentró en un círculo, del cual emergió Eivan; su plan de espiar a su hermana había desembocado en su curiosidad por saber qué tramaba en realidad Layry al intimar con un humano, el cual al parecer no podía guardarse nada para sí mismo y tuvo que llamar a alguien para chismosear lo ocurrido.

—Patético—, dijo entre dientes sin dejar de ver la silueta de Edmundo a través del vidrio de la puerta, el muchacho caminaba apresuradamente y segundos después dio la vuelta por una esquina desapareciendo el campo visual del demonio.

—¿Me espías?—, ahora fue Layry quien apareció a sus espaldas.

Él sonrió de lado; —algo así.

—¿Por qué?

—Porque no tengo nada más que hacer, al menos hasta la media noche—; se refería a la apertura de los centros nocturnos.

Entrecerró los ojos para examinarlo, algo no lo convencía, Eivan era bastante misterioso y pocas veces decía toda la verdad.

—Además, si no lo hubiera hecho no sabría que tu nuevo nombre es Sandy y que el sujeto que te busca se ve bastante follable— agregó antes de echarse a reír.

—Deja ya de hacer eso— lo interrumpió con el ceño fruncido.

—¿Qué cosa?

—Deja de hablar de los humanos como si fueran objetos.

—Yo no dije eso, si fueran simples objetos no podría hacer ciertas cosas con ellos— sonrió.

Layry lo observó durante unos segundos para después decir un poco más calmada, —no tienes remedio, ¿por qué no mejor buscas algo; algún pasatiempo?

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora