Versículo XII. Sellado con sangre.

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—Adam, estaré aquí afuera unos minutos—, tras escuchar eso no respondió, sólo esperó a que la puerta principal se cerrara y continuó acariciando a Marí.

—Lo que dije es cierto— le habló a su mascota, —vendería mi alma—, ella soltó un maullido.

Volvió a sentarse bien en su silla, terminó lo último de cereal de su tazón y se puso de pie; de repente se había sentido cansado así que a tientas se dirigió a su habitación. Tardó unos minutos en llegar pero no quiso pedirle ayuda a su amigo, no cuando estaba con su novia hablando de quien sabe qué en el pasillo.

Una vez dentro de la recámara se sentó en el borde la cama, quitó sus zapatos y se deslizó hasta el centro del colchón donde buscó las suaves cobijas para envolverse.

Quería estar solo, por eso había dejado a Marí en la sala.

Estaba hecho un ovillo, aunque sentía el cuerpo cansado no podía dormir pero prefería pretender que lo hacía; además de que aprovecharía idear cómo le haría para obtener lo que deseaba.

Velas, incienso, talismanes. ¿Serían todas esas cosas necesarias?

Exhaló y cambió de posición. Gritar a los cuatro vientos su plan podría ser una opción, igual y los demonios venían por él de inmediato.

Recordó viejas historias en las cuales se hacía mención de dibujos con tiza y sal en el suelo para la invocación de espíritus y demonios; pero más tardó esa idea en llegar a su cabeza que en irse, ¿Cómo dibujaría algo? Y era obvio que Edmundo no le ayudaría con eso.

Volvió a suspirar y esta vez se colocó boca abajo, y sorpresivamente casi al instante se quedó dormido.

—Adam—, esa sedosa voz pronunció su nombre en sus sueños. Caminó entre las penumbras tratando de hallar a quien le llamaba.

—¿Aún estás dispuesto a darme tu alma y tu cuerpo?

—Ss-sí— susurró.

—No te escucho muy convencido. ¿Acaso es arrepentimiento?

—¡Por supuesto que no! El trato sigue en pie— se apresuró a contestar; su tartamudeo anterior fue debido al efecto que había tenido esa voz aterciopelada sobre sus sentidos.

—¿Trato?— el demonio se materializó frente a él, —me alegra que usaras ése término; porque justamente debemos llegar a un acuerdo—. Adam casi se va a de espaldas, ya que ahora sí pudo ver su rostro. El sujeto que tenía ante sus ojos era perfecto. Piel morena, cabello oscuro, cejas pobladas, nariz respingada, ojos negro y profundos como dos hermosos lagos en una noche sin luna, labios carnosos que de seguro eran deliciosos; una mandíbula fuerte, lo que daría por morderla... ¿Pero desde cuando usaba esos adjetivos para describir a alguien? Sacudió levemente su cabeza tratando de sacarse esos pensamientos, no quería ni imaginarse las palabras que surgirían en su mente si seguía viéndolo de manera tan minuciosa.

—¿Qué acuerdo?— se obligó a retomar la charla.

—Los beneficios que ambas partes obtendremos— sentenció y dio un paso hacia adelante; —poder otorgarte de nuevo la vista es algo sencillo, tu alma vale más que eso; pero si además voy a obtener tu cuerpo entonces supongo que pudo ofrecerte algo más— sonrió.

Guardó silencio por unos instantes, sabía que era un sueño, uno muy loco por cierto, de seguro por haber estado pensando tanto en ello su mente le estaba jugando una broma; así que nada perdía con aceptar; —mi alma y mi cuerpo a cambio de recuperar la vista y ¿qué más?— se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora