Versículo VIII. Cielo.

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Pasaba suavemente sus dedos sobre las cuerdas del instrumento creando así una melodía celestial, se acomodó en la suavidad de su asiento y tomó una mejor pose para poder interpretar algo más armonioso.
A Haziel, un arcángel, uno de los más hermosos, de cabellera castaña y un bello hoyuelo en el mentón que bien podría parecer extraño pero que era una de sus características más encantadoras; le atraía mucho la música, por eso siempre que podía se dedicaba a tocar el arpa. En esa ocasión había finalizado con la tarea que el Creador le había asignado y en espera de alguna otra encomienda se entretuvo tocando aquél instrumento.

De repente, uno de sus compañeros se paseó a su alrededor, parecía nervioso, ansioso.

—¿Sitael, sucede algo?—, indagó Haziel deteniendo su labor por unos instantes; tal vez algo había ocurrido con los mortales y debían bajar para interceder.

—Ss-sí—, pareció titubear, y miró hacia la Tierra.

—¿Qué cosa? ¿Es algo grave?—, Haziel dejó el arpa sobre una nube blanca como el algodón y se aproximó al otro arcángel.

—Es que... una pluma de mi ala ha caído— explicó Sitael, —y esta vez lo ha hecho sobre una mujer encinta.

Parpadeó varias veces, tratando de imaginar el resultado; —entonces eso quiere decir que la criatura será especial, ¿no es así?

—Eso me temo—, se mordió el labio inferior.

Aunque ante los ojos humanos Haziel podría lucir joven, como una muchacha de no más de veinticinco años, y Sitael parecía una mujer madura, ambos arcángeles tenían la misma edad, unos cientos de años, y eran hermosos.

—¿Temes?

—Tendrá algo divino, ¿y si eso lo hace vulnerable?

—No lo será, recuerda que el destino de todos está escrito, y si a esta pequeña o pequeño le corresponde trascender, así será— dijo sabiamente Haziel colocando la diestra sobre el hombro de su compañero.

—Aún así— le miró, ya que no había quitado la vista de la Tierra hasta entonces, —debo cuidar de ese retoño.

La que lucía más joven negó suavemente con la cabeza; —no puedes intervenir, será de carne y hueso y tendrá padres humanos.

—Pero la pequeña criatura también será parte de mi—, arqueó las cejas, su naturaleza bondadosa y protectora hablaba.

Haziel apretó los labios antes de contestar, ella también podía sentir el lazo que había entre Sitael y la pluma que ahora se había vuelto parte de un humano, —supongo que observar a la criatura no sería romper ninguna regla.

Y así fue como, a partir de entonces, ambos arcángeles no perdieron de vista a aquella pareja: Dominic y Lucila.

Fueron igual de felices cuando el bebé nació y tuvo por nombre Edmundo, justo como su abuelo materno.

El niño creció sano y fuerte, pero justo al cumplir los dieciocho años una tragedia le arrebató a sus padres mortales y desde entonces se hizo, además de independiente y autosuficiente, algo callado y reservado; como si toda la alegría y entusiasmo que antes brotaba de su rostro se lo hubiera guardado para él solo.

Eso definitivamente angustió a Sitael, quien para ese entonces dedicaba la mayor parte de su tiempo a observarlo desde el cielo.

Haziel notaba la exasperación e impotencia de su compañero, pero nada podía hacer; ni siquiera comunicarse con las almas de Dominic y Lucila, ya que los espíritus de los humanos, a pesar de ir al cielo, se encontraban en otra parte, algo así como un área especial a la cual no tenían acceso por ningún medio.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora