Versículo XXI. La feria.

642 103 6
                                    

Ya no existía indicio alguno de luz solar cuando Adam llegó a su destino. La enorme "montaña rusa" brillaba a metros de distancia y para llegar a ella había que pasar frente a varios puestos de comida, frituras y dulces.

De repente un colorido local de algodones de azúcar llamó su atención y le hizo sonreír de manera inconsciente, así que caminó hasta el lugar para pedir uno.

—¿Qué carajos es eso?— preguntó Eivan a su lado, porque desde que salió de las oficinas el demonio no había dejado de seguirlo.

—Algo muy delicioso— respondió Adam manteniendo la vista al frente; la mujer que le ofreció la golosina sólo lo miró extrañada ya que ante sus ojos aquel muchacho iba solo.

—Pues se ve horrible.

—Lo que pienses no me interesa, no el día de hoy— espetó y comenzó a caminar para observar qué cosas habían por los alrededores.

Eivan frunció el ceño algo indignado. ¿Acaso Adam osaba rebelarse? Entonces ante la posible respuesta afirmativa sonrió de lado, un Adam rebelde le agradaba.

Tratando de ignorar a su seguidor le dio un gran mordisco al suave dulce, cuando en su boca se deshizo el azúcar no pudo evitar soltar un leve gemido de satisfacción; hacía años que no comía ese dulce que le traía algunos recuerdos, cuando se la pasaba de maravilla con su mejor amigo durante su vida escolar.

—Tan patético— musitó el demonio al quedar de pie a su lado.

Adam regresó a la realidad y lo miró ceñudo, —sé que tenemos un trato, pero tú mismo preguntaste qué era lo que quería y esta noche quiero disfrutar, así que aléjate por favor— pidió de la manera más tranquila que pudo.

—No puedo, tengo que cuidar lo que es mío. ¿Lo olvidas?

—Bb-bueno— titubeó ante las palabras del demonio, "lo que es mío", pero luego recobró la compostura, —entonces sólo no me compliques las cosas— y continuó su andar, mirando los artículos peculiares que ofrecían los variados puestos.

...

..

.

¡Kelen!—, la voz retumbó por todas las cavernas haciendo que las estalactitas vibraran y un escalofrío recorrió la espina dorsal de la aludida antes de recurrir al llamado del amo de las tinieblas.

La demonio no dijo palabra alguna al entrar a la cámara, sólo apresuró el paso y se detuvo ante la gran silla forrada de piel y bajó la cabeza.

—Tus hijos ¿Dónde están tus malditos hijos?— exclamó Nahid, estaba sentado con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda mientras miraba las uñas de su diestra como si fueran lo más interesante en el universo.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?— levantó la mirada y la posó sobre quien estaba a unos metros de distancia. Su larga cabellera negra y lacia le llegaba a su estrecha cintura rozando sus voluptuosos senos, sin duda una mujer despampanante, pero eso no le importaba a Nahid, ya que levantó la ceja con desdén, —Por una vez en toda la eternidad ¿Podrías tener una mejor respuesta?

—Yy-yo...

—¡Siempre que te pregunto por ellos nunca tienes idea de dónde carajos se encuentran!— levantó la voz y se puso de pie, lo que hizo que ella estuviera un poco más nerviosa.

—Lo lamento.

—No lo lamentes; tus jodidos lamentos no harán que los Balrogs dejen de pedir más almas en pena, ni harán que el séptimo infierno esté en desorden— al ver que ella no se movía, alzó la voz tanto que cambió a una extremadamente terrorífica, —¡No lo lamentes, búsquenlos y tráiganlos!

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora