Versículo IXX. Salvado.

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Horror. No había otra palabra que pudiera describir lo que sintió cuando la lengua de Rubén recorrió desde su clavícula hasta su oreja izquierda.

—No, por favor. Déjenme— pidió.

—Relájate y verás que será algo placentero— dijo Álvaro al recargarse, con los brazos cruzados sobre su pecho, en la pared de ladrillos junto a Adam.

—¿Por qué hacen esto?— lloriqueó; lo primero que pensó era que se había topado con un grupo de violadores, pero con lo que había ocurrido últimamente, sabía que "cualquier cosa podía suceder"; por eso cuando vio los dientes afilados de su atacante y los globos oculares oscuros de los demás supo que podrían ser seres sobrenaturales.

—Porque tenemos hambre— explicó; —y nuestro pequeño hermano nos ha traído un delicioso manjar—, revolvió los cabellos rubios de Félix.

—¡No no no!— gritó cuando sintió una mano desabrochar sus jeans; era Rubén, o Álvaro, ya no sabía quién lo estaba manoseando, el callejón estaba demasiado oscuro y las siluetas de sus atacantes ahora sólo parecían sombras con rostro infernales.

—No quiero hacer esto. ¡Suéltenme!

—Oponer resistencia hará las cosas más dolorosas— susurró Félix muy cerca de su oído derecho, con un timbre de voz de ultratumba, —lo sabes, ¿verdad?—, besó su mejilla y volvió a musitar, —si no cooperas, podríamos incluso partirte en dos— tras de decir eso, se alejó de él.

Cerró los ojos con fuerza y comenzó a mover la cabeza frenéticamente de lado a lado cuando sintió una mano meterse en sus pantalones mientras dos pares de labios succionaban la piel de su cuello.

Todo fue peor cuando sintió una ráfaga de aire frió en su abdomen; abrió los ojos y trató de mirar justo cuando un aliento tibio pegaba sobre su ombligo. Uno de los cuatro hermanos se había acuclillado dejando su rostro muy cerca a su pelvis. Lleno de pánico forcejeó, pero el sujeto era bastante fuerte y una patada no lo movió de su lugar.

—Adam, no hagas las cosas más difíciles— exclamó del chico desde allí abajo, era Félix quien lo miraba con ese par de ojos que reflejaban el brillo de la luna; —déjame probarte— sonrió y se relamió los labios. Colocó las manos sobre la entrepierna y justo cuando lo acarició una voz retumbó por todo el callejón.

—No pensé que los hijos de Azazel fueran tan estúpidos como para intentar tomar algo que ya tiene dueño.

El corazón de Adam dio un vuelco justo cuando algo cálido lo invadió, en ese instante se sintió un poco más seguro. Y esa sensación se extendió a todo su cuerpo cuando vio a Eivan en la entrada de la callejuela.

Una fría brisa hizo que la gabardina se ondeara dándole a la escena una entrada más teatral, luego caminó hacia ellos. —Les arrancaré las manos por haber tocado lo que es mío.

Félix se incorporó y caminó hacia él. Enfrentándolo; bufó soberbio, —el estúpido eres tú; si Adam fuera mío no lo dejaría solo ni un segundo.

Eivan sonrió de lado y de un sólo movimiento, con la diestra, tomó a Félix del cuello; —pero no es tuyo, imbécil—; su voz ahora tenía un eco espeluznante.

Los otros tres hermanos soltaron a Adam para ir hasta Eivan.

El mortal se deslizó por la pared hasta caer en el frió asfalto; se abrazó y arropó así mismo, el clima cada vez parecía más gélido.

El demonio levantó a Félix del cuello, enterrándole sus largas uñas y luego lo arrojó sobre los otros tres.

—Ustedes no deberían estar aquí arriba— les dijo.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora