Versículo IV. Acecho.

858 103 4
                                    

Permaneció unos minutos en la quietud del apartamento, sólo estaba la gata y él.

¿En qué estaba pensando al observar tan minuciosamente a un humano?

Nada, no estaba pensando en algo en concreto, simplemente se había dejado llevar por lo bien que se sentía mirar, acechar.

El felino maulló sacándolo de sus profundas cavilaciones, se estiró amenazando con clavar sus garras en el colchón y tras echarle una mirada al demonio se acurrucó y cerró los ojos.

No iba a quedarse allí con ese peludo animal, no le agradaba sentir su mirada, saber que lo podía ver; así que se desvaneció en una sombra y desapareció de allí.

...

Caminó hacia el horizonte, donde la enorme luna llena era la fuente de luz más poderosa; se abrazó a sí mismo al sentir una fría ráfaga de aire. Gruñó y frunció levemente el ceño al pensar que debió llevar consigo una bufanda, pero no detuvo su caminar. La tienda más cercana estaba a dos calles.

—Hola Adam—, saludó sonriente el muchacho detrás del mostrador al verlo llegar; —no esperaba verte por aquí hoy—; el pelirrojo era un poco metódico, por lo que cada viernes o sábado era cuando iba a abastecerse de víveres, no compraba enormes cantidades ya que vivía solo.

—Hola Buck, es que tengo una emergencia— le contestó el saludo y luego miró para todos lados, —¿dónde está el alimento para mascotas?

—En el último pasillo—, señaló hacia el lugar indicado.

—Gracias— dijo y se dirigió hacia allí.

Hizo un mohín con los labios, jamás pensó que escoger alimento para gato fuera tan difícil, había de varias marcas, presentaciones y sabores.

Ese gesto tan infantil con los labios tenía asombrado a Eivan, quien tras abandonar el apartamento se había escurrido por las calles, entre la gente que iba y venía, hasta localizarlo; lo había seguido casi pisándole los talones desde mucho antes de que entrara a aquella tienda; y es que no sólo los labios de Adam habían adoptado una curiosa curva, sino que sus mejillas se habían inflado y entre sus cejas había aparecido una suave arruga.

El muchacho pasó su dedo índice de izquierda a derecha, dándole una rápida leída a los contenidos de cada paquete en el estante; luego de unos segundos tomó un par de latas de trocitos de carne y una bolsa de croquetas, con eso sería suficiente por el momento.

—¡Oh, tienes un gatito!— exclamó el cajero cuando Adam llegó hasta él.

—Un gata— sonrió.

—¿Y cómo se llama?— preguntó al momento que comenzaba a pasar los artículos en el lector de la máquina registradora.

—Marí.

—¡Pero qué lindo nombre!

Eivan rodó los ojos y torció los labios, le parecía patética la forma tan tonta e interesada de actuar del muchacho, así que salió del local y se permaneció de pie en la puerta esperando a que Adam saliera. Esperar, ¿quién lo hubiera dicho? Normalmente cuando algo le parecía fastidioso se iba y ya; sin embargo allí se quedó, observando a través de la ventana de cristal cómo Adam reía por los comentarios del joven quien ahora colocaba las latas y las croquetas dentro de una bolsa de papel.

—Que tengas una bonita noche, y vuelve pronto— dijo el dependiente agitando la mano como señal de despedida.

—Gracias— respondió levantando la voz ya que estaba muy cerca de la salida, después de eso emprendió el viaje de regreso ya con más estrellas adornando el cielo e iluminando su camino.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora