Versículo XXII. De regreso al averno.

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—Gg-gracias— musitó al abrir los ojos, pero no se movió de su lugar; se mantuvo de pie frente a Eivan, lo único que hizo fue removerse hasta esconder su rostro en el hueco de su cuello y rodear con ambos brazos su torso.

No sabía por qué lo había hecho, sólo supo que quería su protección, su calor, estar junto él; aunque fuera un demonio.

—Dd-de nada— contestó importándole poco que parecieran dos torpes tartamudeando de esa manera.

Sintió alegría cuando notó que Eivan lo rodeaba con sus fuertes brazos, posando sus manos en su espalda baja, atrayéndolo hacia él.

Pero luego tuvo la necesidad de decírselo, así que haciendo acopio sus fuerzas y yendo contra su voluntad, se removió para poder verlo a los ojos.

—Eivan— lo llamó, no sabía por qué ahora le encantaba decir su nombre.

—¿Sí?

—Yy-yo; no sé qué me pasa contigo— declaró sincero, porque era la verdad; no sabía qué estaba ocurriendo, parecía como si su cuerpo se moviera por sí solo queriendo estar pegado a la morena piel.

—¿Conmi..?— Ya no se contuvo, se paró sobre las puntas de sus pies para alcanzar sus labios, de esa manera la última sílaba se quedó atrapada entre sus bocas.

Tan esponjosos que le supieron a gloria; entonces Adam pensó que nada podría ser mejor en ese momento, pero supo que se había equivocado cuando la lengua del alto buscó la suya.

Ahogó un gemido por el gran goce que le provocó ese sublime masaje oral que recibió, y sólo fue consciente del cambió de posiciones cuando sintió algo suave en su espalda: había sido recostado.

—Eivan— susurró muy cerca de él porque se habían separado sólo unos milímetros para poder recobrar el aliento.

El demonio sintió un temblor recorrer todo su cuerpo, cuando el aliento de la mortal chocó debajo de su nariz. Sus labios estaban entreabiertos y húmedos por el reciente contacto. Tan sensual.

Sabía que ya no había marcha atrás, sabía que sería inútil resistirse, que mucho tiempo estuvo reprimiendo sus ganas de tantear su piel; sabía que durante el pacto había probado su sangre, y como dijo en ese entonces, estaba ansioso por probar todos sus fluidos.

Volvió a atacar su boca y sus manos parecieron moverse solas, recorriendo sus costillas de manera vehemente y algo desesperada.

Nuevamente se separaron y ahora se miraron. El halo de la luz de la luna se colaba por la ventana de la habitación gracias a que casi nunca corría las cortinas; de esa manera Adam pudo notar todos los rasgos tan recios y varoniles del demonio: sus cejas pobladas encuadrando sus grandes y oscuros ojos, su nariz respingada, su mandíbula firme, la cual no dudaría en morder; sus cabellos largos enmarcando su rostro, su fuerte cuello y aquella manzana que subió y bajó casi imperceptiblemente.

¿Nervioso? Nunca en su longeva vida Eivan lo había estado, excepto cuando Nahid hace siglos lo amenazó con castigarlo, el plan del señor de las tinieblas era condenarlo a la abstinencia absoluta si volvía a meterse con alguna Alouqua, ya que las distraía haciendo que descuidaran sus obligaciones.

Pero ese había sido un nerviosismo diferente. Podría decirse que ahora incluso su nerviosismo estaba mezclado con miedo; no sólo con el miedo de convertirse en un ser vulnerable, porque eso ya lo estaba aceptando, sino con el miedo a hacerle daño a Adam.

Sintió su suave mano acariciar sus pómulos, incitándolo a que comenzara otro beso, sólo atinó a tragar saliva antes de descender y unir sus bocas de nuevo. Esta vez se sorprendió porque fue el humano quien pareció abandonar la timidez al colar sus manos debajo de su gabardina abierta y de su camisa, tocando su firme abdomen, acariciando sus costillas, frotando su espalda.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora