Versículo XXVI. Destino.

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El despertador sonó haciéndolo gruñir, sacar su brazo derecho de entre el grueso edredón y buscar a ciegas el artefacto para apagarlo.

No tuvo éxito así que se incorporó y se quejó al haber tanta luz en su habitación, otra vez había olvidado cerrar las cortinas la noche anterior pero no era su culpa, había llegado cansado de su trabajo.

Se sentó en el borde del mullido colchón, tomó el despertador y lo calló.

Bostezó ruidosamente sin taparse la boca, extendió los brazos hacia arriba y una vez que hubo exhalado todo el oxígeno, se frotó los ojos.

—Buenos días— exclamó y sonrió al mirar una foto de su madre sobre la mesita de noche.

Buscó su par de pantuflas, se las colocó y fue al baño; comenzaba un nuevo día y él lo haría con la mejor actitud.

Con la toalla sobre sus hombros y el cabello húmedo, se dirigió a la cocina, haría unos deliciosos hot cakes y una taza de café. Encendió el radio y como siempre, a las ocho de la mañana, el noticiero matutino era lo que se escuchaba.

Mientras la cafetera aún estaba en funcionamiento y los hot cakes se enfriaban un poco, se dispuso a pasar la toalla por su pelirrojo cabello antes de echarla al cesto de mimbre con la ropa que luego llevaría a lavar; justo estaba terminando con esa labor cuando alguien llamó a su móvil.

—¿Edmundo?— frunció el ceño; —¿cómo es posible que estés despierto tan temprano?—, miró su reloj de pulso, pronto serían las 8.30am.

—Es que tuve una grandiosa idea; ya sé cómo deben lucir las brujas. ¿Recuerdas que me dijiste que parecían orcos travestis? Pues ya sé cómo hacerlas menos feas.

—¿Cómo?— indagó y acomodó el móvil entre su oreja y su hombro derecho para poder tener libre las manos, apagar el radio y servirse una taza de café.

—El color de su piel no sebe ser tan verdoso; incluso podría intentar usar otro completamente diferente, tal vez el rojo.

—¿Rojo?—, caminó hacia su pequeño comedor y dejó el plato con hot cakes y su taza, —son brujas, no demonios—, se sentó dispuesto a iniciar con su desayuno.

—Lo sé, pero eso las haría diferentes. ¿Cuando has visto una bruja roja?

—Ed, por qué no mejor las haces menos toscas; con el cuerpo más esbelto, no todas la brujas deben ser extremadamente feas y masculinas.

—No lo sé... ¿Y si a Felipe no le agrada?

—Él sólo es uno en la mesa de trabajo; confía en Laura y en Ernesto; ellos están abiertos a las nuevas ideas.

—Tú lo dices porque siempre te toca dibujar a los personajes buenos y los paisajes con vida; no dirías lo mismo si te llegaran a asignar el inframundo.

—¿Qué, ya determinaron los próximos proyectos?

—¿No lo escuchaste? Felipe dijo que dependiendo de la aceptación de mis brujas dependía mi participación para ese libro.

—¿Cuándo dijo eso?

—Justo en el momento en el que te preparabas para presentar tu idea sobre cómo debería ser el pueblo donde vive el protagonista de la historia.

—Estaba sumamente nervioso, es obvio que no lo iba a escuchar.

—Calma; aún no es oficial, tal vez sólo lo dijo para molestarme.

—Tal vez— miró su reloj,—Ed, hablamos luego ¿Sí? Tengo que hacer algunas diligencias.

—Claro. ¡Ah! Antes de ir a la editorial ¿Podrías venir a mi apartamento? Quiero que veas algunos de mis bocetos, y si no te gustan los desecharé de inmediato.

Susurro en la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora