Decimoctavo Capítulo

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Mi teléfono comenzó a sonar en ese mismo instante. Un escalofrío me recorrió la espalda, ya que no esperaba para nada una llamada a esas horas. Era Virginia quien me llamaba. Yo le cogí el teléfono y comenzó a hablarme de manera muy agitada.

-Tu no estás en el instituto ¿Verdad?
-Eh... No, he venido a ver que tal estaba mi hermano... ¿Qué... pasa?
-Le he contado la historia de lo que nos ha pasado a unos policías amigos de mi padre y quieren venir a investigar con nosotros. Mi padre no sabe nada, por favor no se lo digas a nadie.
-¿Qué? ¿En serio?
-Sí, vamos a pasar por delante del hospital, sal si estás ahí y te recogemos.
-Vale.

Me despedí rapidamente de Raúl.

-¿Pero dónde vas Andrea?
-Voy a... descubrir lo que sea que este pasando.

En la puerta, estaba de nuevo la mujer esa extraña. Esta vez no me dijo nada, sólo me miró a lo lejos con cara de miedo. No me detení a hablar con ella, sólo salí para esperar a Virginia. Llegaron unos 2 minutos después y me monté en el coche. Los dos policías iban delante.

-¿Por qué no has ido al instituto?
-Le he dicho a mi padre que estaba enferma. Creo que tanto tú como yo sabemos perfectamente que allí hay algo.

Yo asentí con la cabeza muy decidida. Una vez en el lugar y debido a la temprana hora de la mañana, no había nadie y hacía cierto fresco. Había una tenue niebla que emborrosaba un poco la vista. Nos dirigimos directamente hacia la rendija. Sentí un tremendo calabre recorrer todo mi cuerpo. Estaba segura de que ibamos a encontrar algo muy gordo ahí dentro. El policía más delgado sacó de su bolsillo una linterna y alumbró a través de la rendija. No se veía nada. Entonces, el otro policía, que era más viejo y algo más gordo, sacó un destornillador y comenzó a quitar los tornillos que sujetaban al suelo la rendija, para finalmente quitarla. Un olor a aguas fecales salía del agujero. Entonces, Virginia comenzó a asomarse demasiado al agujero. De pronto, se resbaló y cayó en el soltando un fuerte grito. Después de eso, hubieron unos segundos de silencio. Los policías se miraban petrificados. Un tremendo alarido de terror acabó con todo eso. Virginia estaba gritando como una loca y no sabíamos por qué. Entonces, los policías corrieron hacia el coche y sacaron una escalera plegable. Virginia no dejaba de gritar y de llorar como una loca.

-¡¡Virginia!! ¿¡Qué te pasa!?

Sus gritos eran horribles. Llegaron entonces los policías y metieron la escalera en el agujero. Bajaron rapidamente y soltaron ambos un grito.

-¿¡Qué hay ahí, que está pasando, joder!?

La voz del policía sonaba entrecortada y nerviosa.

-Me temo... que vamos a tener que pedir refuerzos... hay... un muerto...

El Mensaje: Primera ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora