Decimoquinto Capítulo

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Esa mujer me intrigaba. ¿Cómo pudo decirme eso? ¿Y cómo sabía lo que me estaba pasando? El caso es que el día había sido lo que se dice literalmente un día nefasto. Paula y yo estabamos volviendo a casa cuando a mitad de camino pasamos por delante de la comisaría del padre de Virginia. Por instinto, algo me obligó a entrar para ver a virginia. Su padre estaba sentado con las manos en la cabeza. Parecía muy agotado. Le pregunté por Virginia, se quitó las manos de la cabeza y me dijo que estaba dentro. Dicho esto, volvio a ponerse en la posición en la que estaba inicialmente. Entramos, y en una silla estaba sentada Virginia. En su escritorio, había muchos documentos y papeles. Le preguntamos tímidamente que qué estaba haciendo. Se giró bruscamente y vino hacia mí.

-Laura... está aquí...
-¿De qué... estás hablando?
-¿No te das cuenta? La chica del mensaje es REAL. Esta con todos y cada uno de nosotros y va a matarnos a todos.
-¿De qué estás hablando, Virginia...?
-Desde ese día... no hago más que tener horribles visiones. El GPS marca que allí hay algo... se que la respuesta a lo que me està pasando está en ese lugar... lo se...
-Guau...

Paula estaba alucinando con lo que Virginia estaba contando. Parecía haberse vuelto loca, pero a la vez parecía estar mas cuerda que nunca.

-Se que parezco una loca... pero no lo soy. Esa cosa me está acosando y al final voy a conseguir encontrarla.

En ese momento la bombilla comenzó a parpadear. Un horrible olor a podrido penetró en mi nariz. Un fuerte golpe se oyó justo detrás nuestra. Quise escapar en ese momento, sin embargo las puertas se habían cerrado. Comenzamos a llamar al padre de Virginia, pero no obteníamos respuesta. Fue entonces cuando ese horrible ente apareció. Esta vez no había sido una pesadilla, tampoco estaba delirando, estaba allí de verdad y nos estaba mirando fijamente con la misma sonrisa de loca con la que me miró en mi pesadilla. Paula comenzó a gritar desesperada y se acurrucó en el suelo. Yo volví a tener esa sensación de terror extremo, un terror que no me dejaba mover ni un solo músculo por lo que parecía, Virginia estaba sufriendo lo mismo que yo. En ese momento, el ordenador se encendió. El GPS comenzó a marcar con mucho más ahinco que otras veces el mugar en el que encontramos el teléfono, hasta el punto de sobrecalentarse y provocar un incendio. Entonces, todo acabó. Con la explosión del ordenador desapareció el ente y todo volvió a la normalidad. También entró el padre de Virginia alarmado. Entonces me quedó claro: teníamos que volver a ese lugar para averiguar lo que estaba pasando en realidad.

El Mensaje: Primera ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora