1. Goteras

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El bus estacionó a una cuadra del edificio donde me quedaría. Tomando mi maleta, suspiré y caminé esa cuadra restante hasta el edificio.

Estaba nerviosa, eso no lo iba a negar. A partir de ahora tendría que mantenerme por mi misma, y solo tenía dieciocho años.

Admiré las instalaciones frente a mí; no había vivido en un lugar así antes. Lucía descuidado, como si no se hubieran preocupado por darle mantenimiento en unos cuantos años. No había portero, y la puerta principal rechinó al abrirla.

Entonces mi teléfono sonó en mi cartera.

—¿Hola?— Dije después de desbloquearlo y presionarlo contra mi oreja.

—¿Kiera? ¿Qué tal todo con la mudanza?— Sonó una voz aguda al otro lado del teléfono. Suspiré, era Darcy, mi mejor amiga desde hace un par de años —¿Quieres que te acompañe más tarde a tomar el autobús? Si quieres, puedo llevarte yo misma en mi coche.

—No, Darcy... no— Arrastré las palabras, con una tristeza difícil de ocultar.

—¿Qué ha pasado?— Hubo un silencio incómodo, realmente no quería hablar de esto por teléfono y mientras me encontraba en el medio de un pasillo —Sabes que no tienes que mudarte si no quieres, Kiera. Al menos no tan lejos. Vivo sola, yo podría ofrecerte un espacio...

—No, gracias. No es eso, Darcy. Lo que sucede es que tuve que apresurar un poco más mi mudanza.

—¿Por qué?

Sentí una punzada en el corazón al recordarlo. Al recordar las heridas en los brazos de mi padre, debido a los intentos fallidos de introducir la aguja en sus venas. A la manera tan inhumana en la cual me corrió, como si fuese un animal.

—Preferiría hablar de ello después, en persona.

—Está bien. En tanto pueda te iré a visitar, lo prometo. Espero te vaya mejor en tu nuevo hogar.

Hogar... qué chiste. No tenía conocimiento de lo que eso era cuando vivía con el ser que me dio la vida, mucho menos ahora, cuando lo único que me acompañará será la soledad.

Me despedí de Darcy y colgué, guardando el teléfono de vuelta en mi bolso y caminando por las escaleras hasta la tercera planta del edificio.

Mi apartamento se encontraba al final del pasillo, y mentiría si no dijera que el recorrido del mismo me causó un leve escalofrío en mi espina dorsal. Era oscuro, sombrío. Supongo que me acostumbraré.

Me percaté de que los últimos dos departamentos del pasillo, el mío y el perteneciente a mi vecino o vecina de en frente, estaban un poco más alejados del resto. Pero no le di importancia.

Entré por primera vez al departamento en el que viviría, ya que sólo vi un par de imágenes por internet cuando negocié con el anterior propietario.

Era bastante pequeño, se conformaba de una pequeña sala, una cocina, un cuarto mediano con baño incluido, y eso era todo.

Dejé mis maletas en el suelo, cerrando la puerta detrás de mí, la cual rechinó al momento de hacerlo.

Todo estaba lleno de polvo, y el lugar necesitaba muchos arreglos. Desgraciadamente, yo no tenía como costearlos. Al menos no por ahora.

Fui hasta la que sería mi habitación, y sentí de pronto como una gota de agua golpeó contra mi frente, sobresaltándome.

Mi pecho subía y bajaba con violencia. Sequé la gota de agua, y mis ojos se cerraron y mi mente voló involuntariamente hacia los recuerdos. No. Goteras aquí no.

Traté de evadir esto, y aunque fue imposible no me quedó más que seguir con lo mío, volviendo a la sala de estar por mis maletas.

Me detuve un momento frente a ellas. ¿No estaban a la izquierda del lugar?

Quizás solo eran ideas mías. Desechando el pensamiento, continué con lo mío y desempaqué todo en mi habitación, guardándolo en el pequeño closet y sobre la mesita de noche al lado de mi cama.

Entonces otra gota de agua chocó contra mi cabeza.

—¡No!— Exclamé, veía el ataque de ansiedad cerca.

—Eso se arregla en cinco minutos, con cualquier plomero de segunda mano.

Mi corazón casi sale de mi garganta al oír esa voz ronca y con marcado acento hablar atrás de mí.

Giro sobre mis talones rápidamente, y me encuentro a un chico apoyado en el umbral de la puerta. Tiene un suéter negro y la capucha de este sobre su cabeza, se encuentra levemente jorobado mientras sus manos están hechas puños dentro de sus bolsillos.

Su semblante es frío, sin emociones. Y sus ojos irises sólo dejan ver lo que quieren.

—¿Cómo has entrado? ¿Quién eres tú?

Toma un par de pasos hacia adelante. ¿Un ladrón, quizás? ¿Un secuestrador? Esto debe ser una jodida broma, ¿Tan pronto?

—¡Si da un paso más llamaré a la policía!

Ríe, pero no hay una pizca de gracia en su voz. Se cruza de brazos y se queda dónde está —Harry Styles, tu vecino de en frente.

—Bueno, Harry, ¿Acaso no te han dicho que antes de entrar a una casa ajena se toca la puerta?

—Vaya, pues a mí también me alegra conocerte.

—No me vas a dar una lección de modales.

—La puerta de tu departamento se encontraba abierta, y me dispuse a cerrarla cuando dejaste salir ese grito. ¿Cómo podía no entrar?- Alza sus cejas de manera inquisitiva.

—¿Gracias, supongo?

—¿Por qué gritabas?

Tragué saliva. No debería decirle, ¿verdad? No era necesario. Aparte, era totalmente absurdo. No creo que alguien más tenga mi... condición.

Ahora que dejé de ver a la doctora Simmons, dudo que eso desaparezca pronto.

—Vi una rata. Discúlpame, pero les tengo una gran fobia.

—Fumigaron hace tres días aquí, pero digamos que te creo- Se encogió de hombros -. Adiós.

Entonces da un par de pasos y se va de la habitación.

—¡Espera! No te dije mi nombre.

-Al parecer no eres de Glastonbury, ¿no es así? Es un pueblo pequeño, tu nombre lo sabrá medio mundo para mañana por la mañana- Me informa sin mirarme, y deja el apartamento.

¿Sería el resto de mis vecinos así de... peculiares?


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Turbid Waters → stylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora