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Epílogo

—Así que... ya todo terminó, ¿No es así? — Preguntó Darcy, apareciendo detrás de mí. Había estado viendo las noticias en la TV.

—No...— Alargué, mirando hacia mis manos.

Las palabras de Harry retumbaron en mis oídos. Recordándome que si bien él ya estaba tras las rejas pagando por sus crímenes, Gemma seguía encerrada en esas cuatro paredes por el simple hecho de morir violentamente, y no a su tiempo.

—¿A qué te refieres? — Frunció el ceño, sentándose a mi lado —Él ya está tras las rejas.

—Sí, pero... ya sabes lo que dicen de las almas en pena...

—Oh— Dijo, comprendiendo.

—Ahora sé a lo que el cura se refería cuando me dijo que me deshiciera de los demonios— Admití —. Se refería a Harry.

—Sería bueno que lo llamaras de nuevo. Quizás pueda ayudar a Gemma a encontrar la luz— Me sugirió.

Asentí. Tenía razón, y es lo que había estado pensando desde que puse a Harry tras las rejas.

Era hora de acabar con esto de una vez por todas... y eso, sólo se podía conseguir de un modo.

[...]

Entré al edificio por una última vez antes de decirle adiós por siempre. Esta vez iba acompañada del cura, y sus ayudantes.

Era momento de liberar a Gemma, para que así pudiese continuar hacia la luz, y al descanso eterno.

Abrimos la puerta de mi departamento. Vaya, no había entrado aquí en un tiempo.

Al parecer no había más grietas o daños en el lugar de los que ya había cuando me fui, esto quizás debido a que el asesinato de la niña ya ha sido penalizado.

—Fue muy difícil explicarme la última vez que estuve aquí— Dijo el cura, entrando y dejando sus cosas en el sofá. Yo preferí quedarme de pie, con mi cartera y mi abrigo en mis manos —. Sabía muy bien quién era ese hombre y qué era capaz de hacer. Lo presentía. Y no podía tan sólo decírselo en su cara.

—Comprendo.

—De todos modos, lamento lo que pasó contigo y ese hombre— Me dijo. Asentí con la cabeza.

—¿Podríamos comenzar? Quisiera terminar con esto de una vez.

—Bien.

El cura les dio las indicaciones a sus ayudantes y estos empezaron a esparcir agua bendita por el departamento, rezando a la misma vez. Yo permanecía en silencio, de pie en medio del apartamento viéndolo todo.

El cura rezaba en voz alta, pidiéndole a Dios que llevara a Gemma hacia la luz, y que ella accediera a hacerlo.

El suelo comenzó a temblar debajo de mis pies. ¿Qué estaba sucediendo?

El cura vino hacia mí, me vio, y dijo muy claramente: —Si no lo haces tú, ella no se irá.

—¿Perdón?

—Tú tienes que llevarla hacia la luz.

Fruncí el ceño. ¿Cómo iba a hacer esto? No era cura, claro está.

—N-no sé hacer eso, padre.

—Simplemente pídele que vaya hacia la luz. Comunícate con ella como lo harías con cualquier persona. Ella te puede oír.

Un escalofrío pasó por mi espina dorsal. Era una gran responsabilidad... ¿y si no se iba? Sería mi culpa.

—Gemma... haz sido una niña con mala suerte en la vida. Has tenido la desdicha de cruzarte con un monstruo que acabó contigo pero... no estás sola. Tu padre y yo trabajamos duro en hacer que tu asesinato no fuese impune. Y ahora, tu asesino está pagando por sus crímenes. Tu padre por fin conseguirá un poco de paz, pero no lo hará del todo si no haces la transición. No pasará. Y tú tampoco podrás estar en paz de no ser así. Por favor... no queremos que estés en pena durante toda la eternidad. Ya la pesadilla acabó, y no tienes nada que hacer aquí. Tu misión en el mundo está hecha. Por favor, Gemma, ve tranquila.

El suelo volvió a temblar, esta vez con más fuerza, obligándome a tomar el sofá entre mis manos para mantener el equilibrio. Una cálida brisa nos golpeó, y juraría que vi momentáneamente a Gemma frente a mí, tan cuidada y angelical como la primera vez que la vi. Estaba despidiéndose con su mano derecha.

Y entonces... ya no estaba.

—Se ha ido— Me dijo el cura, mirándome fijamente, y un gran alivio me lleno.

Esto era todo. Finalmente nos libramos de las aguas turbias, para recibir a un pacífico océano.