La dificultad del día pareciera que es ese sonido tan molesto que todas las mañanas nos hace levantarnos temprano. La alarma de cada uno de nosotros, ya sea del celular o de un reloj, debe ser el objeto más odiado por todas las personas que madrugan. Uno quisiera permanecer durmiendo hasta que la luz del Sol no te deje seguir acostado, pero las alarmas son en verdad, el dolor matutino de todos.
Andrew Moore sabía esto. Sabía lo tedioso que era tener que levantarse todos los días temprano. Desde pequeño siempre se quejó por la hora a la que tenía que despertar para ir al colegio. No se trata del colegio, me gusta estudiar y estar con mis amigos. El peo es la puta hora a la que tengo que levantarme le decía Andrew constantemente a sus amigos al llegar al colegio con su cara de zombi que tanto lo denotaba en aquel entonces. Parecía que el café podía ser una excusa. El aroma a café llegando desde la cocina hasta su cuarto, era un buen motivo para pararse. Sin embargo, desde que trabajaba en la cafetería, el olor del café le parecía normal. Lo percibía como cualquier otro aroma.
Andrew se bañó y desayunó pan tostado con mermelada de fresa. Al abrir cada producto para untar, siempre acercaba el frasco o el recipiente a su nariz y lo olía. Era una vieja costumbre arraigada por su padre años atrás. Justo al salir, fue a la parada de autobús y mientras esperaba al mismo, llamó a Sam.
-Contesta... -dijo Andrew mientras escuchaba cómo repicaba.
-¿Aló?
-Sam, es Andrés.
-¡Ah! ¿Cómo estás?
-Todo bien... tengo que hablar contigo de algo. Es... importante.
-¿Tan importante es que no pudiste esperar a que fuéramos al Santuario?
-Es algo... complicado.
-A ver, dime.
Andrew se quedó callado por unos segundos. Sam y él tenían toda la confianza del mundo, pero como casi todo en esta vida: la primera vez siempre es la más complicada. Contarle algo nuevo, un tema nuevo, prescindía tener que escuchar la reacción de Sam.
-Dame un momento... -dijo Andrew mientras pagaba el autobús y buscaba un asiento.
-¿Te estás masturbando mientras hablamos?
-¡¿Qué?! ¡No! ¿Qué te pasa?
-Es que esos gemidos que se escuchan... tú sabes.
-Me estoy subiendo al autobús, los gemidos son las personas hablando. Y aunque no lo creas... tiene que ver un poco con eso.
-Ya sé.
-¿Qué?
-Ya sé qué me vas a decir.
-¿Qué te voy a decir? -dijo Andrew sabiendo que la respuesta iba a ser una broma.
-¡Te gusta masturbar a otros hombres y por eso estás en el autobús!
Andrew se rio como si hubiese aguantado la risa por un buen rato. Y continuó riéndose durante un tiempo hasta que se dio cuenta que algunas personas del autobús lo veían. Se bajó el celular, pidió disculpas y volvió con Sam.
-A veces dices unas pendejadas...
-Bueno, en serio, ¿qué es?
-Bueno... ¿conoces una actriz porno llamada Claire Reed?
-¿La que tiene un culo gigante?
-Eh... sí.
-¡Claro! Tiene unos videos espectaculares...
-Bien, hasta ahí. Pero ahora, -dijo Andrew mientras hacía una pausa- ¿crees que la pueda contactar?
-¿En verdad quieres hacer un sex tape con ella?
-¡No! No... te vas a reír.
-¿Quieres... conocerla? -preguntó lentamente Sam.
-Sí... o sea, es como cualquier otra persona, ¿no?
-Pues sí, supongo. Pero... ¿para qué quieres conocerla?
-No sé, podría invitarla a salir a comer o a algo.
-Andrew... las actrices porno no se enamoran.
-Sí... creo que fue una estupidez haber pensado en eso. Te voy a dejar, el autobús ya llegó al trabajo.
-Dale, ¿nos vemos hoy en el santuario?
-Si va.
Y con ese pensamiento, con esa respuesta, Andrew llegaba a su trabajo como un niño al que le acababan de quitar una chupeta. Era cierto. Sí, las actrices porno son seres humanos y toda la cuestión que eso implica, pero no se enamoran. ¿O sí? Pero ¿por qué hacen eso entonces? Era algo complicado para la mente de Andrew. Eran demasiadas preguntas que venían al mismo tiempo. Decidió concentrarse en el trabajo y pasar la página.