capitulo veinticuatro

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El despertador de Zoey sonó con una melodía aguda y molestosa justo al lado de mi oído y me pregunté como hacía ella para estar de buen humor siempre  con tan horrible sonido todos los días. Le di un manotazo tratando de apagarlo pero cayó al suelo rompiéndose en pedazos. Solté un gruñido y me fregué el rostro con las manos. Eran las siete y cuarto de la mañana y el clima estaba un poco fresco y nublado. Y el hecho de no llevar una camiseta puesta, me hizo sentir un poco de frío, así que me acurruqué más entre las frazadas.

Me puse de espaldas a la ventana y abracé a Copito. Era pequeñito y simple, un conejo de color blanco amarillento por el paso de los años, con largas patas y orejas. Olía fuertemente al perfume de Zoey.

 – Te envidio estúpido conejo. –murmuré. – Zoey te ama y duermes con ella todas las noches. –miré al peluche entre mis brazos como si fuera un bebé y luego al espacio vacío a mi lado.

Otra sonrisa adornó mi rostro recordando cuando teníamos nueve años y ella trataba a Copito como un bebé de verdad y hasta a veces se ponía a cocinarle cosas (que yo terminaba comiendo) y a ponerle ropitas. Lo llevaba a todos lados.

Suspiré al momento en que me volteé de nuevo y me incorporé.

                                                          ***

 – Buenos días. –murmuré apenas bajé las escaleras. Me cambié la ropa por una camiseta sin mangas con dibujos y unos jeans negros un poco ajustados, los mismos que llevaba ayer.
 – Buen día, Will. –Maia me sonrió desde la mesa de la cocina. –Despertaste temprano. ¿Cómo estás?
 – Bien. –sonreí.
 – ¿Vas a desayunar? –dio unas palmaditas a la mesa.
 – No, estaba pensando en ir al supermercado y comprar algunas cosas para luego ir con Zoey. –sonreí otra vez, pero tímido.
 – Oh, estupendo. Déjame darte algo de dinero. –rebuscó en su cartera rápidamente.
 – Eh… no, estaré bien. –mentí, realmente quería comprar muchas cosas y no disponía de mucho dinero.
 – Tonterías. Te daré dinero por todo lo que estás haciendo. –hizo un gesto despreocupado con las manos.

Me encogí de hombros.

 – Bien –tomé el manojo de dinero que me dio. –Muchísimas gracias.
 – De nada. –sonrió.
 – Eh, me voy. –apunté a la puerta.
 – Bien, cuídate. –me dio un beso en la mejilla y luego salí.

Como la noche anterior había ido a traer mi Tahoe, lo tomé y conduje hasta el supermercado más cercano.
Tomé algunas Lays, Cheetos, Mr Potato, de todos los favoritos de Zoey, refrescos, galletas de chocolate y vainilla, helados (No tome la precaución de que se iban a derretir), jugos, chocolates en barra, pastelitos, peluches, globos. Todo lo que pudiera sacarle sonrisas.

Cuando llegué al hospital, antes de bajar todo lo que había comprado, corrí a recepción.

 – Hola. Disculpe, quisiera preguntar si Zoey Lovecraft… eh, creo que está en observación…
 – Ajá…  – la muchacha de ojos miel me miraba fijamente.
 – ¿Puede recibir visitas ya?
 – Zoey…  – tecleó rápidamente en su computador con sus uñas híper largas pintadas en color rojo sangre. –…Lovecraft. Sí, ya puede recibir visitas a toda hora.
 – ¡Gracias! –chillé y corrí al Tahoe de nuevo.

***
 – ¿Hola? –murmuré metiendo la cabeza a la habitación. – ¿Zoey?
 – ¡Will! –sonrió, muy energética, en realidad.

Aún llevaba la bata blanca y azul del hospital, pero su cabello, anteriormente mugroso y duro, caía suave, ondulado y sedoso sobre sus hombros. Su rostro seguía blanco, pero ya no estaba tan pálida y sus labios tenían un mejor aspecto. La cama esta vez estaba más enderezada de una forma en la que ella pueda quedar mejor.

 – Hola. –sonreí abriendo la puerta para entrar todas las bolsas del supermercado y los globos atados a una de las bolsas.
Ella chilló algo emocionada y se cubrió la boca con la mano vendada.

 – ¿Qué? –pregunté dejando todo en el sillón en el que anoche había dejado el panda de peluche, que ahora ya no estaba allí.
 – ¡Hola! –volvió a chillar. – ¿Todo eso es para mí? –puso una mano en el corazón.
 – Y para mí. –me senté al borde de la cama.  – ¿Ya desayunaste?
 – No, estaba por hacerlo pero por favor dime que todo eso es comida porque la de aquí apesta.
 – Sí, es comida. Vamos a desayunar juntos. –sonreí.

Chilló algo que pude descifrar como un “Yay”. Y sonrió ampliamente como una niña que mira el puesto de caramelos.

 – ¿Estás mejor, eh? –acaricié su estómago lentamente.
 – Ajá. Aún duele todo pero al menos ya no estoy estúpida como ayer, apenas podía abrir los ojos y me veía fatal. ¿Te dije alguna estupidez?
 – Sí, mencionaste algo sobre que eras gatúbela y sobre los pandas de áfrica y la China. También me pediste que le diga a Copito que lo amas.

Soltó una carcajada que sonó como música para mis oídos.

 – Bueno, tráeme lo que sea que trajiste. –dijo.
 – Traje de todo. Papas, refrescos, jugos, chocolates, galletas, pastelitos.
 – Uh, ¡Quiero los pastelitos! –aplaudió.
 – Siempre quieres los pastelitos.
 – Estoy profundamente enamorada de los pastelitos. –miró como me dirigía a las bolsas.
 – ¿Solo de los pastelitos? –saqué algunos de color rosa de una de las bolsas.
 – No, también de Copito. –sonrió.
 – Copito te engañó conmigo anoche. –sonreí sacando unas galletas y jugos para mí.
 – Oh, Copito. Traidor. –fingió estar ofendida. –Will, ven aquí. Me volteé a mirarla.
 – ¿Dónde? –Con un poco de dificultad, se hizo a un lado y dio palmaditas al espacio que quedaba junto a ella.
 – Acuéstate a mi lado y veamos algo de televisión – Sonreí apenas y me acosté a su lado, mirándola de reojo  

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