[21.] La muerte jamás podrá vencerme.

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El humo del incendio y el nauseabundo hedor a carne quemada que desprende su cuerpo penetra en torrente por mis fosas nasales, y sobretodo, por mi boca. Trato de cubrirme con la camisa destrozada, que pende de mi cuerpo como si fuera un pendón quemado, pero la tela está tan agujereada y agrietada, que lo mismo da.

Mi cuerpo se retuerce, tembloroso y exhausto, como consecuencia de las incesantes y violentas arcadas a las que se ve sometido.

Me invade una sensación extraña, vagamente familiar, como si el hedor fuera un organismo vivo que se deslizara garganta abajo, y el humo, una tela invisible que obstruyera mis vías respiratorias.

Un regusto repugnante, similar al que uno percibe después del vómito, se instala en mi paladar con la intención de alojarse, quizá para siempre; y la impresión de asfixia, cuyos primeros síntomas comencé a notar hará más de diez minutos —casi con la primera de las detonaciones—, no hace sino aumentar su virulencia.

El dolor de cabeza es insoportable, como si la broca de un taladro, manejado por manos inexpertas, tratara de perforarme la sien izquierda.

Nunca imaginé que un incendió pudiera ocasionar semejante ruido.

Me cuesta pensar con claridad. Mi mente parece una animal torpe y lento, encerrado en el más peligroso e intrincado de los laberintos. Concentrarme, se me antoja la más sádica de las torturas imaginables. Los pensamientos se evaporan con la misma celeridad con que son concebidos.

Necesito silencio, despejar mi mente... aislarme del infierno sonoro que me rodea.

El humo, además de negarme el oxígeno e intoxicar mis pulmones, despierta en mí, un llanto descontrolado y provoca que las cosas materiales que me rodean se tornen formas espectrales, que danzan a mí alrededor sin ningún patrón racional.

No logro siquiera ubicarme. ¿Dónde estoy? Cómo he podido perder toda referencia espacial, en cuestión de segundo.

Me siento tan aturdido y desorientado que ni siquiera sé hacia dónde debo correr para huir. Temo dirigirme directamente hacia las llamas, la cuales braman, amenazadoras, al amparo del denso humo que lo devora todo.

Me percibo irreal, como si fuera el protagonista de una pesadilla y me hallara próximo al inminente último sobresalto; aquel, que te hace despertar empapado en sudor frío.

Esto no puede estar pasando; no, a mí. Creí ser bastante más precavido. Vivir durante cientos de años, debería conllevar aprendizaje, maldita sea. Tendría que haber estado preparado para enfrentarme a algo así. Cómo pudo pillarme con la guardia tan baja. Ni siquiera lo vi venir.

Fui un completo idiota. Me metí de cabeza en la boca del lobo.

¡Déjalo! Tienes que centrarte en salvar el pellejo. ¡Vamos, piensa!

Durante siglos he salido indemne cada vez que la muerte ha tenido a bien dirigir sus cuencas vacías hacia mí. Estoy convencido de que, aunque me quedara aquí, de pie, como un idiota, no moriría. El fuego abrasaría mi piel, sí. Probablemente, sufriría el mayor de los tormentos... Pero el incendio desatado, no podría matarme.

Recuerdo que pasé por una experiencia similar, hace muchísimo tiempo.

Viajé al nuevo mundo con el fin de empezar una nueva vida, lejos de aquellos que me conocían, tras fingir mi propia muerte y huir, a escondidas, como un vulgar ladrón, abandonando tanto mis posesiones más preciadas, como a mis seres más queridos, de la, ya por entonces, vieja Europa.

Tras meses de travesía, alcancé el nuevo mundo y me instalé en una pequeña colonia pesquera. Fui feliz durante un tiempo. Pero mis vecinos, con quienes había compartido mesa y mantel, me acusaron de brujería.

Urban Legends [Spanish Version].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora