Laura corría despavorida por la ciudad.
Los aullidos del viento sacudían la noche, entregando un aliento vital a espectros y sombras, mientras los cabellos de la muchacha se agitaban como látigos. En su rostro, empapado por la tormenta, se perfilaban lágrimas y profundos surcos de rimel y maquillaje.
Los altos y adyacentes edificios de la desolada ciudad favorecían el eco de los repentinos truenos, el chaparrón inclemente, los alaridos del aire y el sonido de las chispas de las apagadas farolas, que saltaban segundo a segundo. Sobre tal cúmulo de tenebrosos murmullos, se alzaban unas acompasadas zancadas que perseguían muy de cerca a la muchacha. Al percibir la cercanía del hombre que la acosaba, sus latidos se tornaron más fuertes y agitados como si fuesen golpeados tenazmente por un martillo de enorme cabeza de hierro.
Aceleró el paso. Saltó entre los colmados charcos de agua. Evitó los salientes de la acera y las piedras del asfalto. Corrió más de lo imposible. Más incluso de lo que hubiese podido nunca imaginar. De vez en cuando, miraba aterrorizada por encima del hombro, procurando calcular la distancia que la separaba de su perseguidor. Pero la espesa oscuridad de la noche no la permitía vislumbrar nada a más de dos metros.
Entonces, cayó de bruces sobre un charco. La escasa percepción que tenía sobre el entorno y la celeridad de sus pies habían dado con ella en el suelo. Se revolvió frenética en el agua, liberándose de las manos líquidas y negras que intentaban arrastrarla hacia la profundidad. Cuando por fin logró incorporarse, un rayo rompió la oscuridad de las calles, y pávida, con el corazón en un puño, la mente hundida y el alma acongojada, pudo vislumbrar nítidamente a su perseguidor a escasos metros de distancia. Caminaba muy lentamente hacia ella, enfundado en una gabardina de cuero, los ojos inyectados en sangre y un revólver en la mano diestra.
El terror la envolvió sobremanera bajo las intermitentes luces de la tormenta, que infundían incluso más miedo que la oscuridad. Sintió el rechinar de la mandíbula y el temblor involuntario de los músculos. La palidez de su rostro se semejaba a la única estrella de aquel frío y tenebroso averno. Sus ojos desorbitados contemplaban aterrados al hombre de negro. Sus labios tartamudeaban clemencia. Al fin, devolvió protagonismo a sus piernas y corrió por las calles de la ciudad.
Al mismo tiempo que acrecentaba el pavor de su alma, decrecía la anchura de la calle, hasta que las aceras cedieron terreno ante una calzada pedregosa y alquitranada cercada por altos muros de rojizo ladrillo. Había llegado a un callejón sin salida.
Estaba atrapada.
Se dio la vuelta y emitió un grito ahogado.
Él estaba ahí, justo ahí.
El hombre de negro se aproximaba hacia a ella con parsimonia. Mantenía el escaso espacio y el asfixiado tiempo de aquella ciudad bajo su entero control. Su perfil se alzaba sobre los charcos negros y bajo el punzante chaparrón. Los edificios se inclinaban ante él y las centellas le iluminaban como los focos de una obra de teatro. Era el guardián, rey y protagonista de una metrópoli desolada y muerta.
Y además, el único que conocía el guión.
-Por favor -tartamudeó Laura-, no me hagas daño.
Los gemidos de la muchacha se desvanecieron bajo la lluvia sin contagiar algún sentimiento de pena o misericordia. Se vio encerrada ante la condensada oscuridad de la noche y confusa por el total desconocimiento de lo que estaba acaeciendo; ignoraba qué hacía en aquel lugar, cómo había llegado a él y por qué Dios la había condenado a ello, estuviese donde estuviera. De lo que estaba segura, y esto lo sabía merced al instinto animal, era de que acechaba el peligro, un peligro mortal.
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Urban Legends [Spanish Version].
Horror¿Eres un/a aficionad@ a las historias terroríficas, quizás a la sangre o eres más tirando a lo psicológico? ¡Atrévete a leer las recopilaciones de las leyendas urbanas más escalofriantes!