Capítulo 1.

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Siempre pensé que las personas a mi alrededor creían que mi relación con Alan era perfecta. Sin peleas, estabilidad, risas y amor. Mucho amor. Pero era imposible que una relación fuera así. Ni siquiera una de amistad podía serlo. Lo perfecto era poder sortear todo eso y volver a la estabilidad que ya conocíamos.

Llevábamos siete meses juntos en ese ir y venir. No lo decía de una manera negativa, al contrario, estábamos dentro de lo considerado sano.

Y yo en lo personal me encontraba satisfecha con eso, tanto así que, luego de tanto tiempo, se me hacía muy fácil saber cuándo el otro lado de la cama se encontraba privado de la presencia de Alan, especialmente porque no sentía su calor chocando con mi cuerpo.

Solo me bastó con abrir un poco lo ojos para saber que Alan no se encontraba en la habitación. Yo era caprichosa, y no me gustaba no sentir a Alan conmigo a las dos de la mañana mientras estaba en su cama, así que me levanté y caminé hacia donde sabía que él se encontraba: el lugar al que yo llamaba «oficina».

Adrián le había pedido unos planos que se estaba esforzando en terminar a tiempo, pero tenía el proceso muy adelantado y no tenía que entregarlos hasta esa semana. Me gustaba que Alan fuera alguien tan responsable y entregado, pero no me gustaba que no durmiera el tiempo necesario.

La puerta de la habitación estaba abierta. Me tomé, como siempre que estaba allí, un minuto para mirar el espacio, decorado por mí y Alan, y que me daba una sensación de paz, por alguna razón. El escritorio en L lo habíamos puesto frente al ventanal y había un sofá de dos plazas también. Las paredes estaban decoradas con cuadros arquitectónicos y repisas con el lego de arquitectura que yo le había regalo tiempo atrás, junto con algunas fotografías de ambos, su familia y libros.

En medio de la habitación, sentado con sus ojos pegados en la pantalla de su computador, estaba Alan, clicando varias veces. Se me hacía curioso ver a Alan con gafas, porque no creía que las necesitara, no con sus super poderes de hombre lobo, pero ahí lo tenía, con su cabello despeinado rozando el marco de unas gafas con marco metálico que le ayudaban al descanso.

Me hice notar tocando la puerta suavemente con mis nudillos. Cuando Alan se concentraba en algo solía descuidarse y dejar que sus sentidos se comportaban a su antojo, por lo que muchas veces se magnificaban y, si hacía mucho ruido, podía resultarle molesto.

Sonreí cuando me miró, casi arrepentido porque ya sabía a qué iba yo.

—¿No te parece que has hecho mucho por hoy?

—Tengo que terminar esto, linda.

—Lo sé, pero Adrián te dio hasta el lunes.

—Ya casi termino, iré en un momento. —Suspiré, pero no me quedé de brazos cruzados o resignada. Caminé hasta él, aprovechando que tenía su camisa de botones puesta para usarlo a mi favor.

Como hacía siempre que me acercaba a él, se separó del escritorio para darme espacio. Me senté en su regazo, poniendo mis rodillas en el poco espacio que quedaba en la silla. Alan no demoró en contactar sus manos con mi cuerpo y llenarme de suaves caricias en la piel.

—Si ya casi terminas, puedes terminarlo más tarde, luego de dormir un rato.

—Más tarde saldremos ¿Recuerdas?

—Entonces el domingo.

Él me miró y solo suspiró antes de comenzar a guardar el progreso del trabajo para poder apagar el equipo.

Yo sonreí, aun sobre él y me dejé llevar cuando se paró, sosteniéndome por los muslos.

—Deberías bajarme —dije sin intentar algún movimiento para reforzar mis palabras. Alan lo notó, así que solo alzó una ceja y siguió su camino.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora