Capítulo 21.

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No pensé que Braham fuera a llevarme a un bar.

A pesar de ser de día, había muchas personas dentro. El bullicio era bastante, el sitio no era tan grande y no tenía ventanas. Las mesas solo formaban caminos estrechos para llegar a una barra lejana.

Braham me instaló en una mesa y luego se fue a buscar algo de beber. Ellos, según lo que me había explicado luego de aparcar y haber notado que me había llevado a un bar, en realidad sí podían comer, pero no encontraban un gusto en eso. Lo único que les agradaba, y los mantenía vivos, era la sangre, así que solo usaban la comida como excusa, más no como un fin alimenticio. No me sorprendió que llegara solo con una bebida para mí, la cual hice de lado porque no sabía si podía tener algo.

—No lo tomaré.

Se encogió de hombros.

—Si piensas que compré eso para envenenarte, está bien, pero recuerda que no tendría necesidad de hacerlo cuanto tengo otros métodos más efectivos que no serían investigados.

De mala gana tuve que aceptar que sus palabras eran ciertas. Él no tenía necesidad de poner algo en mi bebida porque podía meterse en mi mente y hacerme vulnerable a él.

—Envenenarme no es la única cosa que puedes echándole algo a una bebida. —Me prestó atención, sus ojos moviéndose por todo mi rostro como si me analizara.

—Ah, ¿Piensas que abusaría de ti? —Me sonrojé, siendo eso mi única respuesta. Sus brazos se apoyaron en la mesa para darle estabilidad cuando se inclinó hacia mí—. Tengo noticias para ti: ningún vampiro puede estar con un humano si su motivo es solo sexual. Con sus latidos agitados y nuestra sed de sangre, eso solo sería llevarnos al límite; tengo otra noticia para ti: no podemos ir asesinando a todos los humanos por los que sintamos atracción porque eso se resumiría en volver a la época de caza de vampiros. No nos conviene que el mundo se entere de que existimos. Somos malos, pero no tontos.

Refunfuñé y tomé la bebida, la cual quise escupir al segundo porque no esperaba sentir el sabor alcohólico en mi lengua.

Braham soltó una carcajada cuando mi mueca y cómo me negué a tragar el líquido en mi boca por uno segundo.

—Me hubieras dicho que tenía licor.

—¿Y perderme tu cara? No gracias, ese es tu problema por no haber olido la copa primero.

En parte era cierto. Él no tenía por qué decidir qué iba a tomar yo, pero no me había obligado a hacerlo tampoco, y lo cierto es que el licor en la bebida que me había servido sí se sentía, pero me había dejado llevar por el calor que desprendía la taza más que por el olor.

—¿Qué es?

—Canelazo. Por si no lo notas estamos en un bar latino así que todas las bebidas son típicas de varias regiones.

—¿Un bar latino? ¿De verdad? —Alzó una ceja, serio.

—Este lugar es mejor que cualquier otro.

Me quedé en silencio, tomando en tragos pequeños el canelazo. Debía comprar agua luego y pedirle al cielo entero que no me detuvieran en el camino a mi casa y me hicieran una prueba de alcoholemia.

—Por una vez que tomes un trago no te hará daño, además, no te traje lo que por lo general se sirve: solo un poco.

—Los mejores amigos no incitan a beber —dije, pero tomé otro pequeño sorbo que no me supo tan alcoholizado como las veces anteriores—. Creo que se pasaron un poco con el alcohol.

—Sí, algo de eso me dijo la chica que lo hizo.

—¿Tú no tomarás algo? —pregunté, dándole una ojeada. Negó con la cabeza, volviendo a cruzar los brazos en la mesa.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora