—Estás borracha, no creo que sea una buena idea, Abril. —De nuevo el sonido no tenía imagen, pero dentro de mí sabía que ese nuevo sueño en realidad era otro recuerdo.
Escuché mi risa, seguido de una puerta cerrándose.
—No estoy borracha, solo un poquito contenta, pero ¿cómo no lo estaría si mi novio se acaba de graduar? —Sabía, aun sin verlo ni sentirlo, que le había dado un beso en el cuello antes de que sus manos llegaran a mi trasero y me alzara. Mis tacones habían caído al suelo en ese momento, aunque no escuché el sonido—. Tú también has tomado, así que nos estaríamos aprovechando el uno del otro.
No tuve que decir más para que él hiciera lo que yo quería. Había cerrado la puerta con seguro, aun conmigo rodeándole la cintura y besando su cuello. Su respiración, tal como escuchaba en el suelo, se había agitado y recordaba a la perfección el apretón que me había dado en los muslos.
La imagen comenzó a llegar cuando entramos a la habitación, pero parecía luchar entre un punto de vista, entre mi recuerdo y una ilusión. Por momento me veía a mí, en otros instantes lo veía a él.
La mente siempre me pareció algo increíble, mucho más cuando me vi a mí misma, desnuda y con el cabello revuelto en la almohada mientras me reía por las caricias de Alan en mi vientre. Mi risa cesó cuando sus manos fueron reemplazadas por su boca.
Recordaba ese momento, aunque sin la intervención de mi imaginación. El traje que había tenido Alan estaba regado en la habitación al igual que mi vestido y ropa interior. Alan en ese momento tenía la suya puesta, porque siempre se preocupaba más por comenzar conmigo, como si verme fuera lo suficiente placentero para él.
El problema llegó cuando comenzó a bajar sus besos por mi vientre hasta el borde de mi ropa interior que ya buscaba quitar. De inmediato cerré mis piernas, sin darle acceso al lugar que buscaba, no por no quererlo, sino por vergüenza, aun después de haber pasado tiempo teniendo relaciones.
Recordaba que él había llevado sus ojos a los míos y me había deleitado con una imagen de sí despeinado, los labios hinchados entreabiertos, mejillas sonrojadas por la excitación y pupilas dilatadas.
—¿Confías en mí? —Habíamos hablado mucho sobre el tema, él siempre iba paso a paso conmigo.
—Sabes que sí —respondí buscando sentarme, pero él me lo impidió al posicionarse sobre mí.
—¿Te sientes incómoda conmigo? —Sus caricias me distraían, pero logré negar con la cabeza sin encontrar mi voz. Él sonrió antes de bajar a mis labios parar besarme. Mi pecho se juntó con él, piel con piel. El contacto le arrancó un sonido gutural—. ¿Qué tan dispuesta estás a nuevas cosas hoy?
Lo pensé, alejándolo de mí. Me mordí el labio, pensando que algún día debía dejar mi timidez con él, así que, sintiendo mis mejillas sonrojarse más, pero en el momento por la vergüenza, dije:
—Muy dispuesta. —Él volvió a sonreír, esta vez como si fuera un chiquillo al que le daban un dulce que había querido desde que lo vio. Me reí por su actitud emocionada, dejando que pusiera un cojín debajo de mí.
Antes de que volviera a bajar por mi cuerpo abrí los ojos y me senté en la cama. Las mantas a mi alrededor estaban revueltas y yo me sentía caliente.
Miré el dije del collar, pero se mantenía opaco y sin vida. Solo había sido un recuerdo mío.
Me levanté para ir al lavabo, me mojé las mejillas y el cuello, intentando bajar el calor que había traído el recuerdo a mí, pero aun despierta, cada que cerraba los ojos, el sonido de mi risa, sus gemidos mezclados con los míos se instalaban en mi cerebro.
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Lunas escarlata
LobisomemSegundo libro de la saga Cantos a la luna. Es necesario leer cualquiera de los dos anteriores libros para entender. Todos los derechos reservados.