Que mis padres y los de Alan se conocieran no fue algo planeado por mí, ni por mi novio, sino por Belén.
En cuanto llegamos y Alan me dejó en mi casa, nos llevamos la sorpresa de ver a Adrián y Belén en el patio de mi casa, charlando con mis padres, América y Maxon.
—Pensamos que como están prontos a casarse deberíamos conocernos entre las familias como tal, no solo Adrián como el hombre contratado por ustedes —aclaró Belén cuando nos vio confundidos.
Alan se rio, pero notaba que estaba avergonzado, quizá por no saber lo que sus padres planeaban hacer en nuestra ausencia. Yo también me reí, abrazando a Alan por la cintura y aceptando un postre de crema de maní que mi madre me dio. Tomé asiento en las escaleras al notar que no había más lugares disponibles para sentarnos. Habían montado toda una sala ahí afuera, con muebles de adentro.
Reí de la nada, atrayendo la atención de Alan. Saqué una cucharada de mi postre, que él había rechazado, y se la tendí. Aceptó comer del mío, a pesar de que él podía tener el suyo y no lo había querido.
Estaba cayendo la noche y aunque el viaje había sido largo, no me sentía cansada. El día anterior había tenido tiempo para relajarme con Alan.
Nos unimos a la conversación que llevaban nuestros padres. Alan me resguardó del frío abrazándome y pegándose a mí.
—Creo que tengo un lugar, pero debo mostrárselo a Abril antes —comentó Alan en cuanto la conversación se desvió a nosotros y la celebración de nuestra boda.
Era extraño. Era extraño que todos supieran que estaba comprometida. Era extraño ser tan consciente de la alianza que cubría mi dedo. Era extraño saber que con solo dieciocho años estaba a punto de unir mi vida con Alan, un chico de solo veinte. Pero lo que era más extraño es que me sorprendiera más un compromiso a temprana edad, que estar comprometida con un hombre lobo con el cual compartía una marca, un vínculo y todo lo que estaba pasando.
Miré a mi novio, cuestionándolo.
—¿Por qué no me lo has mostrado? —Se encogió de hombros.
—Creo que con todo se me había olvidado, te lo mandaré más tarde. —Asentí, pero una llamada nos interrumpió, en especial a mi madre, quien era la que iba a hablar. El teléfono que sonaba era el de Alan, y, por lo que pude ver, era Axel. No contestó, porque por lo general las cosas de la manada que requerían su atención eran comunicadas por Rich o Kiona, pero el móvil volvió a sonar.
Resopló mientras se levantaba y se alejaba para hablar con tranquilidad. Nuestros padres reanudaron la charla, pero, por alguna razón, sentí la tensión emocional de Alan a medida que la conversación avanzaba, así que me concentré en él y en los gestos que hacía. Algo iba mal.
Alan colgó con prontitud y caminó hacia nosotros con pasos largos, fuertes y tensos.
—Debo irme.
—¿Qué pasó? —pregunté algo que todos queríamos saber. Alan negó, deteniéndose un momento para mirarme. Frunció el ceño y apretó sus labios.
—Necesito que llames a tu amigo, Braham... Rich y Kiona no aparecen...o se los llevaron.
No hubo necesidad de llamar a Braham. En cuanto Alan terminó de hablar, mi teléfono comenzó a sonar con una llamada entrante de «Copito».
—Los planes se frustraron con los nacidos en la luna azul, pero necesitan debilitar las manadas —dijo, luego de que le pidiera una explicación a su llamada—. Deberán ir por ellos, de nuevo.
—¿Cómo es posible? —preguntó Alan, dando vueltas. Suspiró, pero comenzó su partida.
—¿Quieres que te acompañe? —Me miró.
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Lunas escarlata
VârcolaciSegundo libro de la saga Cantos a la luna. Es necesario leer cualquiera de los dos anteriores libros para entender. Todos los derechos reservados.