Capítulo 11.

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El sábado temprano partí de nuevo al centro para hacer mis compras. No había podido dormir en la noche, así que estaba casi que abriendo el supermercado.

Tenía ojeras, no tan pronunciadas como las había tenido en otros momentos, pero sí me notaba los círculos oscuros que no me molesté en ocultar.

Tenía puesto el abrigo café del día anterior. Casi que sentía mi bolsillo quemar gracias a los dígitos grabados en el papel dentro de él. Iba distraída, y aunque la tienda no estaba tan llena a esa hora de la mañana, tuve que disculparme varias veces por chocar con alguien al tener la mente en otra parte.

También me sentía cansada. Mis piernas las sentía débiles, temblorosas. Mi cerebro se sentía como si fuera una sopa hirviendo, y el dolor casi no me permitía mover los ojos. Suponía que eran síntomas por haber llorado los últimos días, así que solo me tomé una pastilla antes de salir.

No compré tantas cosas. No estaba para quedarme por tanto tiempo dentro de la tienda al tener que pensado ir a hablar con Alan.

La noche anterior, solo unos minutos después de haber llegado a mi casa luego de verlo, me había llamado. Me había hervido la sangre cuando me llamó pretendiendo que todo estaba bien.

—¡Hey, preciosa! ¿Qué haces? —Había dicho, pareciendo tan normal que dolía.

—Hmm, solo estoy aquí, pensando.

—¿En mí?

—Exacto —dije con un eje de ironía en mi voz. Pensaba en él, pero no de la manera en la que él creía—. ¿Y tú? ¿No ibas a dormir?

—Sí, lo hice. Acabo de despertar así que no dormí tanto como esperaba, pero logré descansar un poco. ¿Quieres que pase por ti?

—No —me apresuré a decir—, ahora soy yo la que tiene sueño. Estuve en el pueblo, por el super y compré algunas cosas.

Comenté eso, solo por si escuchaba en su tono algo que lo dejara en descubierto. No lo hizo, porque ni siquiera dudó cuando siguió.

—Supongo que tu despensa está vacía por pasar tantos días aquí.

—Sí, es eso. Oye, mañana iré al apartamento, quisiera hablar contigo de algo importante; por el momento quiero descansar, me has pillado justo en el momento en el que me iba a la cama.

Claro que eso era mentira. En ese momento estaba con el teléfono pegado al hombro, en la ventana de mi habitación, con la ropa con la que había salido y lágrimas secas en las mejillas.

—Oh, bueno, supongo que mañana te veo.

—Sí, adiós.

—Hasta mañana. Buenas noches, linda... Te amo, preciosa, no lo olvides.

—No lo hago, hasta mañana.

Sacudí mi cabeza, volviendo a recriminarme por no haberle contestado su «te amo». Había tenido la intención de pretender que nada malo sucedía, pero no respondiendo a sus frases cariñosas no lo hacía.

No le había dicho que estaba despierta desde temprano, así que en cuanto dejé las compras en mi casa, guardando solo las cosas del refrigerador, salí hacia el apartamento sin decirle.

Tuve miedo al llegar. En mis manos estaban las llaves del apartamento, pero no quería entrar. Tenía temor de que al llegar a la habitación estuviera Evoleth ahí, o que algo dentro me hiciera aterrizar más la verdad.

Recogí valor antes de entrar. Lo primero que me recibió fue el silencio del apartamento y la vista que tenía desde la sala. Había amanecido haciendo frío, tanto que la neblina, el vaho y un poco de lluvia estaban presentes antes de salir el sol. En ese instante, conmigo dentro del espacio de Alan, solo se veían las nubes haciendo su camino más cerca al cielo.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora