Capítulo 18.

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El agua fría ayudó a espabilarme. Me sentía agripada, así que supuse que eso era un efecto adverso a lo que había sucedido la noche anterior.

Suspiré bajo el chorro de agua, quitando de mi cabello el champú que antes me había aplicado.

Con los ojos cerrados intenté poner mi mente en blanco, encontrar cuál era el síntoma que me tenía tan indispuesta ese día, pero no lograba hallarlo. Había faltado al instituto porque me había levantado muy tarde como para ir. Habían avisado a mis padres, así que los había tenido en la mañana hablándome para saber la razón de mis ausencias, que ya eran varias.

No les había mentido; no tenía razones para hacerlo, pero sospechaba que mi padre se había enojado. Como castigo me había pedido ir a casa de uno de sus socios en la ciudad, aunque podía hacerlo al día siguiente. Habían permitido que me quedara en casa descansando de lo que creían era gripe apenas desarrollándose.

Puse una toalla en mi cabello, mucho más largo de lo que lo solía llevar y salí. Los espejos no estaban empañados gracias a haberme duchado con agua fría, así que pude ver mi reflejo sin ningún problema en cuanto salí de la ducha con una toalla rodeándome a mí también.

Comencé a secarme con vigor las piernas, pero cuando llegué a mis brazos algo en el reflejo me llamó la atención en mi hombro.

No era de tener muchos lunares. Tenía unos cuantos, más que todos pequeños, y unas cuantas pecas en mi nariz, pero nada más, así que me hizo fácil notar que, en mi hombro, más cerca a mi brazo que a mi cuello, había salido uno un tanto alargado y más grande que los que había tenido.

¿Cuándo había salido?

Me froté con la toalla para confirmar que era algo en mi piel y no una mancha. Se quedó allí, sin desvanecerse ni solo un poco.

Hice una nota mental de que debería ir al médico. Había escuchado que los lunares podían ser delicados, y combinando eso con mi estado de salud cada vez más deteriorado en el último tiempo, me preocupaba. Yo no era de enfermarme; los malestares que había estado sintiendo desde poco antes de dejar a Alan no eran nada normal y me preocupaban.

Salí del baño aún en toalla al haber olvidado mi ropa. Me senté en mi cama, con los ojos pesados y adormilada. Sí, me sentía recuperada, pero no podía decir que no seguía con un poco de pesadez en mi cuerpo.

Una llamada me distrajo. Me obligué a mí misma a levantarme para caminar los pocos centímetros que me separaban de su celular.

Era Braham.

—Hacer novillos no es propio de una chica como tú.

—¿Qué quieres, Braham? No estoy de humor para tus bromas.

—Nunca lo estás, gatita. Pasaré por ti en unos minutos, organízate.

Gruñí cuando me colgó y caminé con pasos pesados hasta mi armario para sacar otras prendas más adecuadas para salir, aunque solo me puse un vestido y unos zapatos bajos antes de recoger mi cabello aun húmedo en una coleta.

Mientras esperaba a Braham me mensajeé con Aaron y Alice. No les había comentado mucho de la situación, mucho menos a Alicia gracias a los recuerdos que había eliminado Braham de ella. No había vuelto a hablar con Charlotte, y para mi decepción tampoco me había buscado ella para comentarme algo. Supuse que Alan había llegado a su casa avisando de nuestra ruptura y el encuentro con Evoleth.

Al pensar en ellos dejé el teléfono de lado. Seguía doliendo, a pesar de haber pasado casi un mes desde eso. Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en la sonrisa de Alan, sus comillitas en sus mejillas y sus ojos brillando de alegría cuando estaba conmigo. Sin poderlo evitar me metí en redes sociales y busqué su perfil, pero este no me apareció.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora