Capítulo 19.

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Odié en mi vida que Braham me hubiera abandonado a mi suerte. Gracias a eso, y que por la cantidad de gente en la plazoleta no había encontrado un taxi disponible, tuve que caminar gran parte del recorrido a mi casa.

Agradecí el haber salido con el abrigo que en ese instante apretaba contra mí porque la noche comenzaba a helar tanto que veía mi aliento al salir de mis labios entreabiertos.

Lo decía muchas veces: a veces agradecía vivir en la lejanía del pueblo, otras no tanto. Era una de esas veces.

Me quedé de piedra cuando escuché a alguien caminar detrás de mí. Solo fue un segundo el que paré mi caminata, aunque luego, al seguir, el camino se sentía silencioso. El nudo en el estómago no se había disuelto, por el contrario, se había apretado al tener que irme sola a casa.

Respiré tranquila cuando giré la llave de la entrada de mi casa. Me encerré y luego me aseguré de que todas las ventanas estuvieran cerradas. Tenía miedo y no podía decidirme entre pensar que todo era verdad o si me estaba volviendo loca. Con Alan y todo lo sucedido con él, había aprendido que las cosas más solas e imposibles en realidad no lo eran, así que no podía decir que no estuviera pasando todo eso en mi vida, pero tampoco podía decir que no se me hubiera trastornado la mente.

Al sentirme segura solté mi cabello, cambié mi ropa y fui a prepararme un té que lograra calmarme un poco.

Suspiré, dejando mi cabeza caer en la barra americana. Respiré profundo varias veces, pero muy pronto el sonido de la tetera me distrajo de mi ejercicio de relajación.

Me tomé mi té lo más rápido que pude mientras miraba por la ventana de la cocina. Era un tanto masoquista la acción, pero estaba tan paranoica que debía asegurarme de que nada me estuviera acechando desde afuera de mi casa.

El viento soplaba con fuerza, moviendo la copa de los árboles del bosque frente a mi casa. Eso era lo único que se veía, a excepción de un auto que pasó veloz en la carretera.

Mi vista comenzó a ponerse borrosa por momentos, producto del cansancio que sentía. Los froté, bostezando y dejando la taza para lavarla en la mañana.

Sin embargo, no pude dar un paso en dirección a mi habitación, porque, al girar, pude ver con claridad una figura, de un hombre, en la puerta de la cocina.

Él giró la cabeza, como si me estuviera analizando, pero sus ojos no tenían iris, su piel era pálida y sus manos, cuando las miré, un poco traslúcidas.

—Pareciera que las advertencias no sirven contigo —dijo mientras poco a poco su piel tomaba un tono más sano y en sus ojos comenzaba a aparecer un tono café.

No pude encontrar mi voz, y él pareció darse cuenta de mi temor porque se rio y se pegó en su frente.

—Oh, que idiota. Lo siento, reina. Soy Gus, un guardián a tu disposición.

Hizo una reverencia que solo fui capaz de mirar, sin atreverme a mover. Él, al ver que no ponía mi mano sobre la suya extendida, aun con su cabeza gacha, conectó sus ojos con los míos y sacudió la mano.

Se irguió cuando notó que en definitiva no lo iba a tocar.

—¿Tú eres quién me ha estado siguiendo? —Frunció el ceño en confusión.

—¡Oye, acosar a nenas no es mi profesión! Más bien, acoso vampiros, pero el que tenía que seguir hoy se me perdió de vista, y como tú eres su juguete nuevo, tenía que asegurarme de que tu alma estuviera en tu cuerpo, así que no, no fui yo quién te seguía, pero deberías tener cuidado, reina.

Tomó asiento en una de las butacas de la barra. Yo lo seguí con la mirada en todo momento, aun en mi esquina de la cocina.

—No quiero que estés aquí.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora