Capítulo 41

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—Esto no está funcionando, Abril. —Resoplé, dejándome caer en la cama de Alan.

—No, no lo está haciendo. —Alan apareció sobre mí, así que acaricié su mejilla—. ¿Por qué todos pueden controlarlo menos nosotros? Pareciera que tuviera vida propia y no dependiera de nosotros.

—Quizá no depende de nosotros.

Me quedé pensativa sobre las razones por las que cuales no podíamos manejar el vínculo, pero Alan interrumpió mis cavilaciones cuando me hizo levantar.

—¿Qué? —pregunté, haciendo fuerza para que no terminara de alzarme. Era embuste su acción: si quisiera podría levantarme, aunque yo usara toda mi fuerza para evitarlo. Agradecía que Alan no quisiera hacerme daño en ninguna circunstancia, porque de otra podría desbaratarme.

—Que debemos irnos. No has entrenado por meses, Abril, no creas que se me ha olvidado. —Protesté.

—No quiero, Alan.

—Oh, sé que no quieres, pero debemos hacerlo.

—Alan, no podemos irnos hoy, tengo una visita. —Él dejó de halarme para fruncir el ceño y mirarme.

—¿Una visita? —Asentí—. ¿Quién? —Le di una sonrisa culposa.

—Solo no te vayas a enojar conmigo, por favor. Si pudo pasar una prueba muy grande es porque no es alguien malo.

—Abril... —Un mensaje entró a mi teléfono ubicado en la mesa de entrada. Le sonreí, dando saltitos hasta tomar el móvil. Alan resopló detrás de mí mientras yo leía el «pude entrar» de Braham.

Bien, eso era una confirmación tanto para Alan como para mí. Nadie que tuviera una mala intención con un habitante de la protección podría entrar, ni siquiera siendo invitado a hacerlo. Solo los licántropos podrían entrar y los hechiceros, pero solo porque había sido un lugar creado para ellos.

Cuando Alan me explicó lo que sucedía con la protección, y la razón por la que se llamaba así, se me hizo un poco complejo de entender. Los vampiros en sí podían entrar, pero solo cuando no tenían una mala intención, algo que, hasta el momento, no había sucedido. Los licántropos, como Kirian, no podrían vetarse porque las manadas, para bien o para mal, eran las mayores propietarias de la protección, así que ningún miembro podría ser echado. Por otra parte, los únicos que nunca podrían traspasar el campo de magia eran los brujos. En el caso de los humanos, aplicaba lo mismo que para los vampiros... a menos que fuera la pareja de algún licántropo, aunque, en caso de que el licántropo renunciara a su manada para dedicarse a la vida humana, solo él, o ella, podría volver a entrar, pero su pareja no.

La palabra, había entendido, valía mucho en cuanto a la magia se tratase, al igual que la sangre. Gracias a Alan y a pequeñas conversaciones que habíamos tenido, me había enterado de que los hechiceros todo acuerdo que hacían lo pactaban con su sangre, la que contenía la mayor parte de su magia.

Apreté el botón del intercomunicador para permitirle el acceso a Braham. Alan me miraba de brazos cruzados, serio.

—No me digas que hiciste lo que estoy pensando.

—Tengo una sorpresa para ti —dije, ignorando sus palabras.

—Me gustan las sorpresas que son buenas, no malas.

—¡Ay, pero esta es muy buena!

—Llamar al chupacabras e invitarlo a mi zona no es una grata sorpresa.

—El chupacabras tiene nombre. —Alguien habló a mis espaldas, desde la puerta.

—¡Pasa, Braham!

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora