Capítulo 9.

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Volver al apartamento se sintió bien.

No pudimos quedarnos todo el fin de semana en el bosque porque se los cólicos me tomaron desprevenida así que Alan prefirió regresar antes de que el frío me hiciera doler más el útero. A pesar de todo fue una escapada increíble; había podido escuchar a lobos reales aullar.

Irnos antes no significó el fin de nuestro fin de semanas alejados de todo, sin embargo. Alan había propuesto seguir con nuestros planes, solo que en el apartamento. Los celulares estaban fuera de ellos, así que estaban en la mesa de la entrada, apagados. Habíamos aprovechado ese tiempo asolas para ver una serie, cocinar y jugar algunas cosas que él. Me recordó a los primeros días en clase de cálculo, en donde sacó de excusa aquel juego para luego salir conmigo.

Es increíble que de esa primera vez hablando hubiera pasado más de un año, aunque lleváramos saliendo —formalmente— solo siete meses, casi ocho.

—En unos días cumplimos ocho meses juntos —mencioné, llevando una cucharada de helado de chocolate a mi boca mientras el capítulo se reproducía en el televisor de la sala de estar. Alan estaba acostado a mi lado en el sofá de tres piezas. Era espacioso, así que podíamos estar en esa posición, con Alan abrazándome, su barbilla en mi cabeza y sus piernas enlazadas con las mías. Yo estaba bocarriba, con el bote de helado en mi estómago mientras una manta gruesa nos cubría.

Alan acariciaba mi estómago de una manera distraída, metido por completo en la trama. No se daba por enterado de que ese gesto me estaba derritiendo como el calor de mi cuerpo derretía el helado que tenía en mis manos. Nada me había detenido para comerlo, y Alan parecía estar en modo consentidor porque había accedido a comprarme el helado, aun cuando debía mantener el calor para no incrementar los cólicos.

Se quedó en silencio, así que lo miré. Él sonrió, bajando hasta mis labios para dejar un beso suave y rápido ahí.

—¿Escuchaste lo que te dije?

—Sí.

—¿Y por qué no dices nada? —Sonrió aún más grande.

—Porque decirte algo sería dañar la sorpresa que te tengo. —Entrecerré mis ojos hacia él, con sospecha.

—¿Qué sorpresa? —Se rio, bajando de nuevo para volver a besarme.

—¿Sabes el significado de sorpresa, hermosa?

—Dime —rogué, dándome la vuelta para ponerme sobre él. Mi cabello cayó alrededor de mi rostro así que no demoró en quitarlo para meterlo detrás de mi oreja.

—¿Te suena bien un viaje en auto hasta la playa para quedarnos todo un fin de semana? —Sonreí grande, asintiendo con fervor. Fue mi turno para besarlo. Aun teniendo mi boca sobre la de él, moviendo nuestros labios en una danza lenta, dejé el bote de helado en el suelo para acomodarme mejor en su pecho—. Tus labios saben a chocolate. He querido retener su olor conmigo desde que te conocí y ahora también quiero retener tu sabor.

—Siempre puedes comprar helado de chocolate cuando quieras. —Él negó. Sus manos se metieron debajo de mi camiseta, estremeciéndome.

—No me refiero solo al sabor de tus labios, Abril. Me refiero al sabor que tiene cada espacio de tu piel. —Me sentí sonrojar, porque era obvio que sabía a qué se estaba refiriendo con eso—. Pero como sé que estamos en la semana prohibida, no diré nada más para no dejarme frustrado por tantos días.

Cuando él terminó de hablar pensé en algo que no nunca le daba en esa semana. Yo había impuesto la regla de que mientras estuviera en mis días no habría nada de... acción, porque me parecía un tanto sucio, pero eso no significaba que él tuviera que estar frustrado por eso.

Lunas escarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora