Capítulo XXV

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Caminó por la sala de espera, los observó durmiendo unos sobre otros. Pepper estaba dormida sobre el hombro de Tony, mientras éste le abrazaba; Jane estaba sentada en el regazo de Thor, dormida al igual que él, y Betty estaba sobre un sofá, recostada, y Bruce que usaba sus piernas como almohada.

Fue a la pequeña recepción, donde preguntó por Natasha Romanoff.

-La señorita Romanoff se encuentra en cuidados intensivos -dijo una mujer de unos cincuenta y pocos que vestía uniforme de enfermera.

Tragó saliva y sintió una estaca hundirse más en su pecho. Las manos le temblaban y transpiraba. Sus respiraciones eran irregulares, y podía sentir las lágrimas queriendo salir en el momento menos indicado.

-P-puedo... ¿Puedo verla? -. Su voz decía claramente cuan preocupado se encontraba.

-Señor, la hora de las visitas terminó hace cinco horas.

-N-Necesito verla -pidió, poniéndose esos ojos de cachorro a los que nadie se le resistía.

-Pero, no puede entrar a la habitación...

-Por favor, solo necesito verla cinco minutos -interrumpió, rogando. Puso sus manos como si fuese a rezar, pero éstas iban en dirección a la señora.

-Está bien. Solo cinco minutos -cedió, totalmente convencida por el rubio que tenía unos cuantos moretones que no se veían nada bien en el rostro.

-Gracias. En serio, gracias.

Steve tuvo que contener las ganas de abrazar a la enfermera, y se limitó a seguirla hasta donde estaría la chica que quería ver desde el momento en que supo que estaba allí. Se limpió las manos con los vaqueros y las pasó por su cara, sorbiendo su nariz. Le obligaron a ponerse ropa quirúrgica que le incomodaba.

- ¿Cómo está ella? -preguntó a la enfermera.

-Bien. Se repondrá. Aunque su evolución es lenta.

- ¿A qué se debe?

-Siempre depende de los motivos que tenga para vivir.

Esto le hizo preguntarse si ella tendría motivos para vivir, y si él pertenecía a ellos. Quería pertenecer a ellos. Quería ser el primero de ellos. Así como ella era su principal motivo para vivir.

Llegaron a la habitación, contuvo la respiración en cuanto la vio y soltó todo el aire que estaba en sus pulmones. Estaba... dormida. Había cables por todos lados, saliendo de su cuerpo y se odió por haber permitido tal cosa. Por haberla dejado sola. Por haber terminado. Por no dejarla hablar. Se odió por cada momento que no estuvo a su lado para protegerla.

- ¿Va a entrar? -dijo la mujer de la cual desconocía el nombre, sacándolo de su trance.

Asintió, aturdido. Entró aturdido y se quedó dos segundos viéndola desde la puerta, se acercó con miedo de despertarla, pero eso era lo que él más quería: que despertara y le viera allí, y él viera esos ojos que tanto amaba.

-Nat... -murmuró-. ¿Puede escucharme? -preguntó a la enfermera que estaba parada en la puerta. Ella se encogió de hombros-. Nat... No sé si puedes escucharme. Solo quiero decirte que lo siento mucho...

Su voz se fue. No podía seguir hablando. El temor de perderla le invadía. Quería que despertara. Sabía que iba a iba a despertar.

-Nunca te pregunté cuales son tus flores favoritas -rió amargamente-.y ahora me doy cuenta que no sé muchas cosas de ti. Necesito saberlas. Por favor, tienes que despertar -gimoteó.

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