Capítulo XXXI

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Natasha despertó gracias a un gran rayo de sol que le daba justo en el rostro y un par de brazos que le apretaban bajo las sabanas. Tenía calor, demasiado calor. Intentó apartar a Steve de su lado, pero fue imposible, puesto que él solo apretó más su agarre.

—Buenos días, Romanoff —murmuró una versión demasiado ronca de la voz de Steve.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó una vez que estaba viéndolo al rostro.

—Mejor si estás aquí —. Él le dio un beso a su novia en la mejilla y enterró su rostro en el cuello de ésta.

—Steve, hoy tienes que ir a clase —le recordó en cuanto vio la hora que daba el reloj en la mesa de noche a un lado de la cama de la pelirroja.

—No tengo ropa aquí —protestó Steve como niño pequeño.

—Steve, no podemos seguir faltando a clases cuando estamos a poco de terminar el año.

Algo pareció recordar el rubio, puesto que enfocó sus orbes azules en las facciones de la rusa. Sus ojos decían algo que ella no sabía definir si era asombro o había recordado algo.

— ¿Qué? —preguntó ella curiosa.

—Es nuestro primer año universitario, juntos —murmuró.

Una escandalosa risa salió de Natasha. Steve era demasiado cursi; pero, era tierno que estuviera recordándole eso. Para ella era como si tuviesen solo semanas junto a él cuando, en realidad, eran casi dos meses.

Un movimiento brusco a su lado la hizo detener su risotada, Natasha se sentó de golpe para ver a Steve entrando al baño. Inmediatamente, se le siguió, pero la puerta de este fue cerrada justo en sus narices. Iba a decir algo o, más bien, gritarle algo, pero su teléfono comenzó a sonar en algún lugar de su habitación, a la cual le echó un vistazo. Estaba totalmente desordenada, y más con el montón de peluches nuevos que tenía –gracias a Steve–, y unas cuantas prendas, tanto de Steve como de ella, estaban tiradas por todas partes y su teléfono seguía sonando en algún sitio. Comenzó a buscar, y lo encontró debajo de la cama, donde contestó.

—Dime, Stark.

— ¡Viudita! —gritó éste desde el otro lado de la línea, haciéndola saltar de su lugar y que se pegase con el borde en la cama.

Después de unos cuantos insultos mañaneros hacia Tony, Natasha tomó asiento en el piso junto al gran oso que Steve le había dado cuando estuvo hospitalizada a causa de la herida de Brock.

—Calma, cariño. Tengo lo que buscabas en MI Jarvis —dijo tan despreocupado como siempre.

— ¿Qué buscaba en tu Jarvis? ¡Nada! —respondió totalmente inocente.

—Bah, Red. ¿Lo quieres o no?

Ella bufó. Steve salió del baño, y se le quedó viendo con mala cara.

—Envíalo a mi ordenador —ordenó y cortó la llamada—. ¿Qué hice? —preguntó de manera tosca.

—Nada, ¿Por qué?

Bien, ahora ambos estaban molestos. Natasha se puso de pie, con los brazos cruzados, y se detuvo frente a Steve. Sus miradas estaban clavadas en la del otro.

— ¿Te han dicho que eres un mal mentiroso? —preguntó, elevando una de sus cejas.

Un suspiro o, más bien, un poco de aire comprimido salieron de los labios del rubio, provocando que la mujer frente a él, insistiera con su mirada mucho más intensa que antes.

—Steven Grant Rogers, habla. ¿Qué te molesta? —interrogó con un tono demasiado frío, como el hielo.

Él no tuvo más remedio que hablar, porque esa mirada y ese tono, para ser sinceros, le daba un poco miedo.

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