Capítulo XXXII

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Natasha entró a su casa de manera silenciosa, caminaba a ras del suelo como cuando se escabullía en el internado o en su casa en Rusia hacia la cocina cuando estaba más pequeña. Eran pasadas las siete de la mañana del día tres de mayo, su cumpleaños y el día que había muerto su madre. Subió a su habitación de la misma manera, y soltó el aire de sus pulmones cuando cerró la puerta de ésta y se encontraba en la seguridad que le brindaban esas cuatro paredes.

—Creí que nunca volverías —murmuró un somnoliento Steve, que se encontraba acostaba de lado, viendo hacia la puerta.

Natasha pegó un salto que la hizo chocar contra la puerta del susto.

—Me asustaste —murmuró ella tratando de ordenar rápidamente sus pensamientos.

—Me di cuenta.

Steve se puso de pie, y mantuvo la distancia con la pelirroja que acababa de llegar.

— ¿Qué haces aquí? —inquirió ella, bailando sobre las puntas de sus pies.

—Me quedé dormido esperándote... Sabía que vendrías a tu habitación...

—Steve, necesito estar sola —pidió de la manera más amable.

El rubio asintió, y tomó su suéter, mientras se rascaba la parte posterior del cuello. Estaba triste porque ella necesitase "estar sola", cuando normalmente le contaba qué le sucedía y tomaban la decisión, o se daban opiniones sobre qué hacer. Él pasó por su lado, no sin antes de tomarla de la cintura y dejarle un gran beso sobre su frente.

—Feliz cumpleaños, Natasha —murmuró.

La rusa asintió y se echó a un lado para que él pasase. Antes de que la puerta interrumpiera su contacto visual, dijo:

—Te amo.

—Yo más que ayer. Nos vemos después —. Las comisuras de los labios de Rogers se elevaron, y ella solo asintió.

Cuando la puerta por fin se cerró, soltó un suspiro con dificultad. Volvía a preguntarse si estaría haciendo lo correcto, volviendo a ocultarle cosas a Steve. No se sentía bien haciéndolo; en su lugar, estaba una sensación de separación cada vez que no le hablaba a su novio lo que le sucedía, pero esta vez, volvía a ser necesario.

Natasha soltó un suspiro pesado y se vio en el espejo de su buró, parecía cansada y lo estaba. No había tenido buena noche y había dormido en un hotel del Bronx donde hacia demasiado calor, pero al menos había logrado poner un poco de orden a sus ideas. Vio una pequeña caja color verde militar sobre la superficie de madera, frunció el ceño y sintió curiosidad por saber que era, asi que no esperó demasiado y la abrió. Había un anillo en ella, era plateado, y la banda, que la unía al frente, eran dos manos sosteniendo un corazón que tenía una piedra color granate y, sobre éste, una corona. El anillo le parecía familiar, pero no recordaba donde lo había visto. Lo tomó de su lugar, y percibió las diminutas letras escritas en el interior de la banda.

"Para la chica de mis dibujos. Feliz cumpleaños. S.R."

Una gran sonrisa se expandió por el rostro de la rusa, y pensó en que era la mujer más jodidamente afortunada de éste mundo. Tenía al mejor novio del mundo, y por ello, la culpa pesaba más en sus hombros.

Esto es para que nos deje en paz, Steve, se repitió ella como un mantra, tratando de convencerse que lo que hacía era lo correcto. No decirle a Steve sobre lo que ella haría era lo correcto.

O eso esperaba Natasha que fuera y que Steve no lo tomara tan mal.

Subió a su auto, y en ese momento, su teléfono sonó por tercera vez. Era un mensaje de Brock con una dirección de donde se verían. Un suspiro salió de sus labios, vio el anillo en su dedo y se repitió por enésima vez que eso era por ellos y todavía no encontraba una razón que los perjudique, y la detenga.

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