II

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—¡Tengo sueño! —gritó la niña rubia— ¡quiero irme a casa!

William se encontraba sentado en la silla a un lado de ella, estaba en el corredor del psiquiátrico. Tenía un pequeño papel en las manos, otro nuevo antipsicótico que según el analista le iría de maravilla. Cubrió su rostro con las manos, su hermana podía ser muy histérica aveces, de eso estaba seguro. Sus manos comenzaron a temblar en cuanto Molly comenzó gritar aún mas fuerte.

A la pequeña le encantaba llamar la atención y mas aún cuando sabia que le podrían regalar un caramelo de menta si lo hacia, William bufó molesto. El muchacho sabia que ella siempre había odiado que toda la atención recaiga en él. Pero esta gritó aun mas fuerte, lo cual fue la gota que colmó el vaso para William.

—¡¿Podrías callarte?! —le gritó de manera brusca—, nadie desea que sobresalgas ahora mismo. 

Molly lo miró asustada, para luego correr hacia su madre quien salia del consultorio del doctor en esos momentos, la abrazó por la cintura. Mientras lloraba a cantaros.

—William, me gritó mamá —sollozó la pequeña—, yo tenia razón deberías internarlo.

El chico abrió la boca sorprendido, no sabia cuanta maldad podía caber en su hermana. Ellos solían divertirse juntos, todo el tiempo, ahora alguien la había transformado en algo que no era. William negó con la cabeza reiteradas veces, mirando a Molly quien lo apuntó con el dedo como un fenómeno según él.

—Ya hablamos de eso, querida —reclamó su madre poniéndose unos lentes de sol—. No quiero que digas esas cosas de tu hermano

El viaje de camino a casa fue bastante silencio, ninguna palabra por parte de la niña y ni siquiera de William quien había comenzado a susurrar cosas sin significado alguno. Provocando que su hermana lo mire extrañada. Pero a pesar de eso, ninguno se dirigió la palabra durante diez minutos.

Habían estacionado al frente de su casa, el chico observó un auto aparcado en la casa de Amanda, este no era para nada familiar, lo cual lo confundió totalmente. William se propuso ir rápidamente a su cuarto para observar con sus binoculares lo que sucedía allí. Intentó pasar desapercibido a un lado de su madre, para que ella no pregunte que iría a hacer con tanta prisa. Esto falló.

— William, acompáñame —habló su madre— necesito hacer unas compras.

Al muchacho no le quedó otra excusa, por lo tanto, tuvo que seguir a su mamá hacia el mercado a unas cuadras de su casa. Se volvió a colocar su gorra negra para que nadie lo mire, o por lo menos, él no poder observar a las personas. 

Caminaba con las manos en los bolsillos detrás de su madre, la cual hace segundos había parado para conversar con la vecina Margot Quert. Una señora regordeta y rubia de aproximadamente treinta años, con la que William no tenia mucha confianza ya que le parecía ser bastante creída.

—Will, tu ve hacia el mercado y compra lo que dice en esta lista —suplicó su madre entregándole un pequeño papel—, y por favor que sea lo que está escrito allí.

—Vamos Samantha, no creo que desobedezca la lista —rió Margot, con una voz chillona que a William le resultó irritante—, parece un buen chico.

—Le hablas al hombre que compró cuatro kilos de pan cuando en la lista solo decía cuatro panes —protestó Samantha y luego miró a su hijo—, solo ve.

El joven caminó rumbó al mercado, hace días que no entraba allí, pero recordaba perfectamente donde estaba cada producto de la lista. Tiró de la puerta sin ni siquiera mirar el cartel, pero esta no abrió. Luego de repetir el proceso varias veces e irritarse por no poder abrirla, se rió de si mismo, pues allí decía 'Empuje'.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora