XIII

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—¡Amanda! —gritaba el chico cruzando la acera, mientras su amigo esperaba en la puerta— ¡Por favor, no entiendo mucho que está sucediendo ahora!

No estaba mintiendo, el repentino enojo de Amanda lo tomó por sorpresa, miró sobre su hombro para ver a Dominik encogiéndose de hombros y también parecía igual de confundido.

—¿Así que no entiendes? —contestó en tono sarcástico la muchacha, para cruzarse de brazos y mirarlo fijamente— Ustedes idiotas, han estado burlándose a mis espaldas y prefiero no pensar que clase de cosas habrán dicho acerca de mí.

—¿Perdón? —gritó William acercándose a ella— ¿Quién ni siquiera tuvo la decencia de preguntar? ¿Yo? No, fuiste tú, actúas molesta cuando es tu culpa.

—Entonces admites que te has estado burlando...

—No, nunca haríamos eso, Dominik era mi amigo. ¿Cómo sabría que también eran conocidos? —contestó tocando su cabello— No tenía idea, acabo de descubrirlo hace dos horas y Amanda no puedo aceptar que pienses eso de mí. Nunca me burlaría de ti, ¿por qué lo haríamos?

—¿Hablas en serio? —preguntó la muchacha, un poco mas calmada aceptando su error— Dios mío, soy demasiado bipolar.

La chica lo pensó un poco descruzándose de brazos, luego una gran sonrisa apareció en su rostro y se lanzó a sus brazos. Se separó unos segundos de él y unió sus labios con los suyos durante un segundo para luego volver a esconderse en su pecho.

Un sorprendido William la pegó a su cuerpo luego de la desorientación y miró hacía su casa; donde Dominik se encontraba haciendo pulgares arriba. Le respondió con una sonrisa avergonzada, aspirando el olor a frutillas de su cabello y lo declaró su nuevo olor favorito. En cambio, a ella le fascinaba su aroma a menta, con una mezcla de perfume para hombres.

Debía admitir que hace muchos días no recibía un abrazo, como el que Amanda estaba ofreciéndole y por un momento reconoció que lo necesitaba. Sintió su corazón latir demasiado rápido, todo gracias a ella.

—Lamento eso...—se disculpó la muchacha alejándose—Eres demasiado tierno cuando te disculpas.

—Sí, las chicas me dicen eso a menudo—bromeó haciendo una mueca, recibiendo un golpe en el brazo de su parte—. Ouch, debo admitir que eres única y diferente, ninguna chica me ha golpeado luego de haberle besado.

—Bueno, señor mujeriego debo irme a casa —rió tirando un beso hacía él, caminó hacía su puerta—. Solo te creeré porque nunca me mentirías, pero la próxima considérate muerto chico, además me debes una explicación acerca de lo sucedido en mi coche.

William asintió con la cabeza, cruzando la calle directo a su casa, donde su madre había aparecido por la puerta con una sonrisa y llevando en una bolsa los restos del vaso roto. Cuando pasó por su lado, Dominik susurró antes de cerrar la puerta:

—Es increíble, mi niño está creciendo —quitó una invisible lagrima de su ojo—. Lamento no poder seguir alegrándoles su día, pero esta belleza se tiene que ir.

Se despidieron de él y Molly contuvo su emoción cuando sus labios tocaron su pequeña mejilla, sintiéndose algo sonrojada luego por lo sucedido, algo que Dominik notó y no contuvo una sonrisa incomoda. Al cruzar la puerta, William hizo un intento de subir las escaleras, pero su madre sostuvo su brazo y susurró en su oído:

—Amanda es una buena chica —habló Samantha—, trata de no ser un idiota con ella.

—¿Qué dices? —protestó William enojado— ¿Me crees esa clase de chico? Mamá me conoces muy bien, como para saber que nunca haría eso.

EsquizofreniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora