Capítulo 3
¿Estoy despedida?
Seguí llorando sin consuelo, ahí, agachada en la cocina, como una niña pequeña.
En ese momento llegó María, y al verme llorar, me preguntó qué era lo que me pasaba. Al principio me dio un poco de vergüenza, pero acabé por contárselo todo.
—Ay, muchacha... —me decía ella—. Debí advertirte que no entraras a la habitación de Mark.
—Yo no sabía que era la suya... —susurré con apenas un hilo de voz—. Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. La señora me dijo que era un chico difícil, pero no me imaginé que fuese así...
—Como ya te dije, Mark se ha vuelto un chico muy triste y solitario, ya no es el mismo de antes.
—¿Pero, por qué? —pregunté con intriga—. ¿Por qué es así?
—Ay, niña, creo que no te has dado cuenta cuando lo has visto...
—¿No me he dado cuenta? —pregunté esta vez con más insistencia—. ¿De que, María?
—De que Mark es ciego.
—¿Qué? —me quedé paralizada unos segundos—. No puede ser... ¿Es ciego?
—Así es —me confirmó María, pues yo aún no lo podía creer—. Él quedó así después de un accidente, y desde entonces vive sumido en la tristeza.
—Pobre Mark... Ahora puedo entender un poco por qué me trató así...
—Él sólo permite que yo lo vea, aparte de sus padres, claro, pues lo he cuidado desde que nació.
Todo se quedó en silencio por unos segundos. La verdad es que yo no sabía qué decir, estaba tan asombrada al enterarme de lo que le pasaba a ese chico... Nunca me hubiera imaginado que el hijo de los señores fuera ciego, que él, siendo el hijo único de una familia tan rica, fuese tan infeliz.
—¿Sabes, Hanna? —dijo María, rompiendo así el silencio—. Antes del accidente, Mark era un chico muy alegre y cariñoso. Era muy buen estudiante y estaba haciendo la carrera de medicina. Además, le encantaba hacer deporte, estar en forma, por lo que siempre fue muy sano. Pero no te preocupes —concluyó María—. Yo voy a verlo para explicarle que tú no querías molestarlo, así puedes quedarte tranquila y olvidar ese mal rato.
Asentí ante sus palabras, bastante sorprendida todavía.
Luego, María se fue, y yo traté de olvidarme de lo ocurrido mientras limpiaba las demás habitaciones. Sin embargo, no dio resultado, pues mi mente no hacía otra cosa que recordar lo mismo: Mark.
MARK
¿Quién sería esa chica? Dijo que era una nueva empleada, pero... ¿por qué se mete en mi cuarto sin permiso? Y peor aún: ¿por qué me he quedado tan inquieto?
Esas preguntas llenaban mi cabeza sin cesar, por alguna razón me producían nerviosismo y nada claro a lo que llegar.
De repente, algo me sacó de mis pensamientos. Más bien, alguien, que estaba tocando la puerta.
—Soy yo, Mark... —era María desde detrás de la puerta—. ¿Puedo pasar?
—Pasa.
—Hijo... —así me decía de cariño—. Se que hace un momento ha entrado aquí una muchacha...
—Sí, María. No entiendo qué quería.
—No lo hizo con mala intención, Mark. Ella es la nueva empleada. Estaba limpiando las habitaciones y no sabía que esta era la tuya. Además, ella pensó que no había nadie, pues vio la luz apagada. ¿Sabes? —continuó diciendo—. La pobre se quedó un poco asustada cuando la echaste de esa manera, no se esperaba que...
—Vaya... —dije en tono molesto—. Así que ya te contó...
—Tampoco sabía que eres ciego.
—Pero supongo que ya se lo dijiste.
—Perdóname, hijo...
De nuevo todo se quedó en silencio durante unos minutos.
—No te preocupes, María —dije esta vez con un tono más calmado—. Y dile a esa chica que mañana venga, tengo algo que decirle.
—¿Estás seguro, Mark? Nunca quieres que nadie entre...
—Sí, María.
HANNA
Me levanté con unas ojeras espantosas. No había podido dormir después de lo que pasó ayer, y eso que lo peor aún estaba por pasar...
María me dijo que Mark quería verme hoy, y yo estoy segura de que era para despedirme después de la imprudencia que cometí ayer. Iba a salir de la casa, ya no había nada que hacer.
Con miedo, y tras arreglar un poco los signos aún fatigados de mi rostro, salí de mi cuarto, encaminándome llena de nervios hasta la habitación de Mark.
—¿S-se puede? —mi voz era temblorosa.
—Pase.
—María me dijo que usted quería verme...
—Así es, señorita...
—Hanna —contesté nerviosa—. Me llamo Hanna...
—Bien, Hanna... La he llamado porque en cuanto a lo de ayer...
—Lo siento mucho... —lo interrumpí impulsivamente, acercándome al sillón donde se encontraba—. Yo se que cometí un error al entrar así en su habitación, pero, por favor, no me despida, yo pensaba que...
—No, Hanna, no la he llamado para despedirla, puede estar tranquila. Es más, soy yo el que le ofrece una disculpa.
—¿Usted? —lo miré sorprendida.
—Sí, me disculpo por haberla echado así de mi habitación. Lo que ocurre es... —dudó por unos instantes, pero finalmente continuó—. Es que nadie, aparte de mis padres y María, acostumbran a entrar. Pero ella ya me explicó que usted no lo sabía, así que no tiene nada de qué preocuparse.
—Así es, joven —me dispuse a explicarle—. De verdad que no fue mi intención molestarlo, le prometo que no volverá a ocurrir.
—Bueno, no pasa nada —aseguró con cordialidad—. Olvidemos este asunto, señorita Hanna. Puede continuar con su trabajo.
—Sí, joven, con su permiso.
Al salir de la habitación mi corazón palpitaba con fuerza, con mucha más fuerza que cuando entré. Sentía tantas cosas a la vez... Estaba feliz por no haber perdido mi empleo, pero, sobre todo, muy sorprendida por el comportamiento de Mark: nunca me imaginé que me pidiera disculpas, que perdonase mi imprudencia y que todo continuase con normalidad.
Caminé lentamente por el pasillo, respirando con profundidad y alivio mientras una leve sonrisa se marcaba en mis labios.
Mark era un buen chico, de eso no me quedaba la menor duda. Debía estar algo amargado por lo que le pasaba... pero estaba segura de que era una buena persona.
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Un amor a ciegas
RomanceHanna tiene diecinueve años, una hermana de cinco a quien mantener, y ningún trabajo a la vista para subsistir. Un día, un golpe de suerte llama a su puerta, y consigue un empleo en una mansión millonaria. Pero no todo será tan fácil. Allí tendrá qu...