17. Soy feliz a tu lado

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Capítulo 17

Soy feliz a tu lado

Ya habían pasado varios días desde que dejé a Lucy en el internado. La verdad es que, tal como me habían dicho Mark y la señora Elisabeth, ese lugar era muy bonito: Tenía muchos jardines, diversos patios de juegos, y las instalaciones parecían de lo más modernas y bien cuidadas. Además, también pude conocer a la directora y a varios profesores, los cuales me parecieron muy buenas personas y muy profesionales en su trabajo.

Yo pensaba que, nada más dejarla, me debía de ir, pero fue la misma directora la que me enseñó todo el centro y me informó sobre todas las clases y actividades que ahí se impartían. Mi hermana parecía realmente feliz, y yo me había quedado mucho más tranquila.

También en estos días, yo había cobrado mi primer sueldo. La verdad es que era mucho más de lo que me esperaba y yo me emocioné mucho al recibirlo.

Por supuesto, todos estos días estuve visitando a Mark, disfrutando de su compañía, como siempre. También seguimos con las clases de andar por la casa: él cada vez iba mejor, cada vez caminaba con más soltura, con menos miedo.

La señora Elisabeth nos apoyaba mucho, tanto a su hijo como a mí, pues no se cansaba de agradecerme lo que yo hacía por él. Y es que yo lo hacía con el mayor de los gustos: lo hacía con todo mi amor.

El señor John seguía distante conmigo. No volvió a reprocharme, no volvió a gritarme ni a humillarme delante de los demás; simplemente me ignoraba, hacía como si yo no existiera, como si yo fuera un fantasma. Eso me dolía, pero yo no podía hacer nada; él no me quería, me despreciaba profundamente... al parecer, tanto como Sharon.

Ella seguía como siempre, matándome con sus miradas asesinas, con sus miradas de desprecio. Continuamente trataba de hacer cualquier cosa para luego acusarme con los señores. Sin embargo y por suerte, la señora Elisabeth estaba de mi lado; ella sabía lo difícil que era esa chica, aunque tampoco entendía por qué me guardaba ese resentimiento.

En fin, hoy era viernes por la mañana, por lo que tenía todo el día de trabajo por delante.

Antes que nada, me acerqué a la gatita, que aún dormía profundamente. La acaricié un poco y le preparé su comida y agua limpia para cuando despertara.

Luego me dirigí a la cocina para preparar el desayuno. María ya estaba ahí, cortando alguna fruta, que era lo que siempre desayunaba la señora, acompañado de un zumo de naranja. Para el señor era distinto; él prefería unos huevos revueltos, unas tostadas y un café bien cargado.

Sharon ya estaba también en la cocina. El desayuno de los señores ya estaba preparado, así que nos dispusimos a llevárselo. Sharon le llevó el suyo a la señora. María había ido a llevárselo a Mark. Yo tuve entonces que llevarle el suyo al señor John, lo cual no me hacía mucha gracia, pero no tenía otra opción.

Sharon iba delante de mí. Dejó en la mesa el desayuno de la señora y se quedó parada un momento. Yo también iba a dejarle lo suyo al señor sobre la mesa. Traía todo lo que él había pedido en la bandeja: le serví sus huevos revueltos, luego sus tostadas. Finalmente fui a poner el café también en la mesa. Sin embargo, justo cuando iba a dejarlo, algo me empujó he hizo que el café quedara todo derramado en la mesa.

No podía creerlo... Estaba segura que Sharon había sido la que me había empujado. Cuando la miré trataba de disimular, pero ahí no había nadie más que ella, aparte de los señores, que estaban sentados, por lo que yo no tenía ninguna duda; sin embargo, no tenía pruebas.

 - ¡Pero qué has hecho!  -me sobresaltó el señor John, que gritaba furioso.

 - John, cálmate...  -le susurró la señora-  Ha sido sin querer. ¿Verdad, Hanna?

Un amor a ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora