Capítulo 16
Una dura decisión
¡Oh, dios! Yo sentía que me moría. El jarrón preferido de la señora estaba en el suelo, hecho pedazos... No, no podía creerlo, esto no me podía estar pasando a mí; no ahora que todo iba tan bien, no ahora que yo tenía un trabajo estable del que podíamos vivir mi hermana y yo...
El silencio siguió presente en la sala durante unos minutos. Entonces, el señor John se levantó de golpe del sofá, donde se encontraba sentado junto a su esposa.
Por consiguiente, y sobresaltándome de manera abrupta, comenzó a vociferar furioso:
—¿Pero qué has hecho, niña...? ¡Ese jarrón era una pieza única!
Mi hermana estaba aterrada ante los gritos del señor John, y yo también.
- ¡¿Cómo vais a pagar este destrozo?! -siguió él, ahora mirándome a mí.
- S-señor, lo siento mucho... -pude decir con apenas un hilo de voz- L-le pagaré lo que cueste con mi sueldo, con mi trabajo, con lo que sea...
Él me miraba enfurecido. La señora también se levantó del sofá, pero no dijo nada; al parecer estaba más desconcertada, por la reacción de su esposo, que preocupada por el jarrón.
- ¿Con tu trabajo? ¿Con tu sueldo? -la voz de Sharon nos sobresaltó a todos- Pero si desde que has llegado a esta casa no has hecho más que perder el tiempo.
Todas las miradas se centraban ahora en Sharon. Yo no podía creerlo: justo en este momento iba a acusarme con los señores, justo ahora que estaban tan enfurecidos, tan alterados por lo que acababa de pasar.
- Esta niña es una oportunista. -siguió Sharon descargando toda su maldad- Ha aprovechado que ustedes no estaban para hacer lo que le daba la gana. -los señores la miraban fijamente, prestando total atención a lo que Sharon decía- Trae un gato pulgoso a la casa; no deja de perder el tiempo en la calle con la excusa de llevar a su hermana al colegio; y ahora miren, ese jarrón tan valioso para ustedes, que no se puede pagar con dinero, esta en el suelo, hecho pedazos.
Un leve silencio embarcó toda la sala. Sin embargo, en poco tiempo el señor John volvía a entrar en cólera:
- ¿Así que también pierdes el tiempo, no? -preguntó con furia- ¡¿Pero de dónde sacaste a estas niñas, Elisabeth?!
Yo no podía más. Estaba totalmente destrozada y dolida ante las palabras de Sharon y el señor John; Traté de contenerme pero no pude más, mis lágrimas empezaron a salir y un sollozo desesperado escapó desde lo más profundo de mi ser.
- ¿Y ahora vas a llorar? -dijo Sharon con maldad- No creas que así te vas a salvar, niña...
- Sharon, por favor... -suplicó entonces la señora- No digas nada más, ¿no ves cómo está la pobre?
- ¿Pobre? -dijo irónico el señor- ¡¿No te das cuenta de lo que han hecho, Elisabeth?!
Mi llanto era cada vez más desesperado, más abatido. De nuevo las miradas se clavaban en mí: Sharon lo hacía con maldad; el señor John, con furia; y la señora Elisabeth parecía apenada, incómoda.
- ¿Pero qué son esos gritos...? -dijo María asustada, a la vez que observaba el desastre.
- María... -le dijo entonces la señora- Llévese a la niña al cuarto, por favor.
Ella no hizo ninguna pregunta más y se llevó a Lucy a la habitación, tal como le había ordenado la señora. Ahora sólo quedábamos los señores, Sharon... y yo.
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Un amor a ciegas
Roman d'amourHanna tiene diecinueve años, una hermana de cinco a quien mantener, y ningún trabajo a la vista para subsistir. Un día, un golpe de suerte llama a su puerta, y consigue un empleo en una mansión millonaria. Pero no todo será tan fácil. Allí tendrá qu...