21. Una proposición indignante

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Capítulo 21

Una proposición indignante

La situación en la que Mark y yo nos encontrábamos era ya demasiado incómoda. Yo estaba justo sobre él y su padre no dejaba de mirarnos, concretamente a mí, con una furia que no iba a contener por mucho más tiempo.

Yo estaba tan asustada que ni siquiera podía moverme. La mirada asesina del señor John sobre mí era demasiado aterradora y eso me había dejado paralizada.

Mark también parecía muy nervioso al notar la gravedad de la situación, pues su padre era demasiado especial y no pasaría esto por alto.

Pasaron unos segundos más en los que yo, finalmente, quise reaccionar y levantarme. Sin embargo, no pude hacerlo al escuchar los gritos del señor, que ya daba rienda suelta a su furia.

 - ¿Pero qué significa esto...? ¿¡Qué estás haciendo sobre mi hija, ofrecida!?

Yo me quedé totalmente inmovilizada ante sus palabras. Su furia parecía mucho mayor que otras veces y en esta ocasión ni siquiera sabía cómo justificarme.

 - ¡Basta, papá!  -exclamó Mark tratando de incorporarse a la vez que yo lo hacía-  ¡No vuelvas a hablarle así a Hanna!

 - ¡¿Y cómo quieres que le hable a una cualquiera que trata de seducirte?!

 - ¡No estábamos haciendo nada malo!  -gritó Mark indignado-  ¡Sólo nos hemos caído al suelo, por eso estábamos así!

 - Basta de defenderla, Mark... ¡Yo no estoy ciego!

Entonces todo se quedó en silencio por unos segundos. Mark sostenía mi mano con fuerza, con furia. La señora Elisabeth parecía horrorizada ante la situación, pues ni siquiera sabía qué decir. Hasta el pobre perrito, que estaba junto a nosotros, estaba realmente cohibido.

 - Claro... Tú no estás ciego.  -dijo Mark irónicamente con una voz demasiado apenada-  ¡¿Pero yo sí, verdad?!

 - ¡Mark, no intentes cambiar el tema!  -gritó de nuevo el señor.

 - ¡No, claro que no lo voy a cambiar!  -siguió él a la vez que soltaba mi mano-  ¡¿Tú piensas que soy una persona indefensa por no poder ver?!  -su voz era demasiado amarga, llena de rabia-  ¡¿Piensas que no me doy cuenta de las cosas, qué no puedo ver el interior de los demás?!  -yo lo miraba fijamente, con mi cuerpo ya tembloroso-  ¡Pues yo no soy como tú! ¡Yo seré ciego, pero puedo apreciar perfectamente cuando alguien me trata con amor, cuando alguien me quiere de verdad! -no pude evitar que unas lágrimas resbalaran ya por mi rostro-  Y sin embargo tú...  -apretó entonces sus puños con demasiada fuerza-  ¡Tú no estás ciego, pero vives muy equivocado! ¡Crees que el poder y la riqueza son lo único importante en la vida! ¡No te detienes a ver el corazón de una persona! ¡No te detienes para conocerla!

Un silencio mucho más grande se apoderó entonces de todos nosotros. Mark respiraba extasiado después de haber gritado todas esas palabras tan llenas de impotencia, pero a la vez, tan llenas de verdad. Porque todo lo que él había dicho era cierto; su padre no se detenía a mirar a las personas para conocerlas. Simplemente las juzgaba mal por ser de una condición social inferior a la suya, y eso no era lo correcto.

El señor John seguía sin decir nada. Al parecer se había quedado demasiado impresionado tras las palabras de su hijo, pues lo miraba con una expresión de seriedad y asombro que no podía reprimir.

La señora Elisabeth también se había quedado perpleja ante las palabras de Mark. Ella estaba justo al lado de su esposo, y lo miraba asustada por la reacción que todos nos esperábamos que iba a tener. Porque esa reacción no iba a ser otra que una furia demasiado grande que acabaría con todos nosotros.

Un amor a ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora