53. Una segunda oportunidad

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Capítulo 53

Una segunda oportunidad

Contemplaba absorta las estrellas del cielo que iluminaban abiertamente el terreno, cerrando los ojos por instantes mientras me sumía en una oleada de pensamientos. Soñaba con el hombre de mi vida, con sus besos y caricias, con sus dulces palabras que me enternecían y me llenaban de dicha. Todo era hermoso, tan bello como nunca, lleno de una alegría que me inspiraba una satisfacción infinita. El amor correspondido de Mark era el sentimiento más puro y verdadero que podía deleitar en la vida.

Abrí los párpados con inseguridad, con miedo... pero a la vez con esperanza, deseando con todas mis fuerzas que ese sueño fuese real. Pero no, no lo era. Comencé a pestañear, a mirar todo a mi alrededor con espasmo, a fruncir los labios para retener las lágrimas que comenzaban a salir de mis ojos ante la angustia que empezaba a invadirme. Mark no estaba a mi lado, a pesar de que mi mente lo había imaginado, todo era nuevamente un sueño que jamás se cumpliría a pesar de mis anhelos.

Suspiré con abatimiento, reincorporándome del suelo donde aún estaba tumbada, quedándome sentada sobre las verdosas hierbas oscurecidas por la noche. Era tarde, pero el insomnio no me dejaba conciliar el sueño. Prefería quedarme fuera de la casa, entre los árboles y plantas, sumida en el silencio donde únicamente se escuchaban sonidos ambientales que de alguna manera me relajaban.

Quería evitarlo, esconderlo de alguna forma... pero era algo imposible. Cada día que pasaba, me encontraba mucho más desanimada, mucho más triste y desolada. Me levantaba cada mañana de una cama, de una habitación y de una casa a la que aún no me acostumbraba. Conversaba cada tarde con un joven al que poco a poco iba conociendo cada vez más, que me trataba con el mayor de los afectos y que me brindaba el techo y la comida que precisaba. Sin embargo, nada era igual. Alexander era una gran persona, un ser humano extraordinario... pero yo no podía acompañarlo con la alegría que él sin duda merecía por todos sus cuidados.

—¿Otra vez aquí, Hanna?

Alcé la mirada rápidamente al escuchar esas palabras, tornando una sonrisa amarga al encontrarme con los ojos preocupados que me miraban.

—No tengo sueño —contesté en un susurro—. Pero quédese tranquilo, no me pasará nada. Vaya a descansar, mañana trabaja temprano y no quiero que por mi culpa llegue con sueño.

Alexander torció una mueca, sentándose a mi lado sin previo aviso.

—No te preocupes, Hanna —sonrió mientras se acomodaba—. La empresa de lácteos no se derrumbará por un día en que su jefe falte. Hoy quiero trasnochar, y mañana quiero faltar al trabajo. No hay ningún problema, ¿está bien?

Asentí levemente con la cabeza, desviando la mirada de los intensos ojos que me observaban.

Alexander era el dueño de una empresa de lácteos, la cual heredó de sus padres cuando estos fallecieron y lo dejaron solo en el mundo. De ahí obtenía sus ganancias, unas que parecían ser bastante generosas, y que lo habían ayudado a levantar, por su propio peso, la casa de campo en la que vivía. Todo le había ido bastante bien, tenía una pequeña fortuna en sus manos y podía vivir más que tranquilo el resto de sus días.

—¿Lucy ya está dormida? —pregunté de repente, desviando nuevamente la vista al percatarme de que Alexander, que se encontraba sentado a mi lado, no dejaba de mirarme.

—Sí, desde hace rato —contestó—. Jugó un rato con Bruno, pero luego se fue a dormir sin rechistar. Tu hermanita está muy bien, no te preocupes.

Sonreí levemente ante su respuesta, observándolo con ligereza. Alexander se llevaba muy bien con Lucy, se había encariñado mucho con ella y en ningún momento había puesto un solo problema a pesar de que a veces, la pequeña que aún no cumplía los seis años de edad, se comportara de forma inquieta.

Un amor a ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora