36. Para siempre

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Capítulo 36

Para siempre

Un panorama estrictamente familiar estaba adornando el nuevo amanecer.

El desayuno estaba tan exquisito como de costumbre. Mi hermana devoraba con anhelo las tostadas untadas de mermelada de fresa, logrando que unos manchurrones rojizos cubriesen gran parte de la comisura de sus labios. Los señores, por su parte, hablaban sobre un evento de beneficencia que parecían estar elaborando en su mansión, al cual, darían apertura en unos días. Caroline hablaba con Mark animadamente, le estaba contando varias de las interminables anécdotas sobre su estancia fuera del país, haciendo hincapié en todo lo relacionado con sus estudios de moda.

Al parecer, yo era la única que se encontraba algo alejada del panorama familiar. Las palabras de los demás eran como polvos de viento, que pasaban por mi lado para luego volar muy lejos, desapareciendo de mi punto de percepción sin que apenas pudiera darme cuenta.

Realmente, esperaba algo distinto el día de hoy. No quería nada especial, por supuesto. Tan solo deseaba unas palabras, unas bonitas palabras que me hicieran sentir querida y arropada por las bellas personas de las cuales estaba rodeada. Porque todos quienes se encontraban a mi alrededor, se habían convertido en seres muy queridos para mí, con los cuales, deseaba tener una relación así de bonita para siempre.

La señora Elisabeth, que desde el primer día me brindó su cariño, a pesar de llegar como una empleada a su hogar; Caroline, que se había convertido en algo tan cercano como una hermana para mí; el señor John, que ahora me trataba con total familiaridad, incluso con ternura, integrándome como una más de su familia; y por supuesto, Mark, mi hombre ideal, mi hermoso ángel, al que amaba con locura y amaría todos los días de mi vida.

Todo eso era perfecto. Me hallaba dentro de una familia a la que adoraba, que me aceptaban a mí y a mi hermana, y que además nos querían y apreciaban. Estaba muy feliz por eso, mucho. Únicamente, me encontraba un poco decaída, pues al parecer, ninguno de los integrantes de la familia, se había acordado de la fecha en la que nos encontrábamos.

Bueno, de los señores era algo normal. Ellos no tenían por qué saberlo, nunca se los había comentado y no deberían tener la más mínima idea. Pero Mark, Caroline, incluso mi hermana... sí lo sabían.

Y al parecer, lo habían olvidado.

Aunque, bueno, la verdad es que no tenía tanta importancia. Nunca había celebrado este día, en ninguna de las ocasiones le había prestado atención, ni había hecho algo especial.

Pero sí echaba en falta unas palabras de felicitación, un beso de cariño. Eso era un hecho.

Terminamos el desayuno. Todos seguían felices, bastante felices. Hablaban sin parar sobre temas que debían ser indudablemente emocionantes, entre risas y pequeñas bromas que casi hacen derramar uno que otro vaso de jugo sobre la mesa.

La señora Elisabeth se retiró después de unos minutos, excusándose con algo que debía hacer. Luego, mi hermana me aseguró que deseaba ayudar a Marlene con las cosas de la cocina, pues también se llevaba muy bien con ella, y como solo la veía los fines de semana, nunca desaprovechaba la oportunidad cuando llegaban esos días.

Mark y Caroline seguían conversando. El señor, por su parte, parecía algo pensativo, dirigiendo, de repente, sus azulados ojos sobre los míos, como si fuera a decirme algo.

 – Hanna, no quisiera molestarte hoy, que es sábado, pero necesito pedirte un favor.

Efectivamente, esas eran las palabras que habían salido del señor, que parecía realmente necesitado sobre ese favor.

Un amor a ciegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora